Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Jorge Manrique (1440-1479)
Coplas por la muerte de su padre (fragmento)
No, no se ha muerto ningún ser querido ni nada de eso.
Estaba leyendo algunos textos que necesito para hacer una tarea cuando la pinche página de la cual los estaba bajando quedó fuera de servicio y me cansé de esperar a que le diera su chingada gana volver a funcionar. Estando sin mucho que hacer recordé de golpe algo que ocurrió en el transcurso del día y que me dejó pensando.
Las despedidas duelen. Y no importa si se es escéptico, ateo, crédulo, budista, homosexual o marciano, por muy racionales que seamos (sí, como no) no estamos excentos de emociones. Duelen más si quien se despide es alguien valioso o de quien se ha aprendido. Al mismo tiempo sirven para que no se nos olvide lo efímero de nuestra vida y que todo pasa.
Las coplas con las que empieza esta entrada las escuché por primera vez en voz de Tomás Mojarro El Valedor la noche del 31 de diciembre de 1999. Huelga decir que me quedé impactado y, aunque nadie ha muerto, reflejan muy bien mi sentir en este momento.
Ni modo, como dijera Tezcat: Suerte y cambio.
Queda de ustedes:
TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2007 E.C. - 8 E.E.