lunes, 20 de junio de 2022

Tarde

Siempre llego tarde.

Y no me refiero a cuestiones de puntualidad ─que eso da para su propia entrada─, sino a que siempre empiezo las cosas a una edad más tardía que la que normalmente se acostumbra. Dicho en cristiano, lo que uno empieza en su infancia o en su adolescencia yo lo he empiezo ya de adulto. Voy a poner tres ejemplos:

— Normalmente uno entra a estudiar una licenciatura a los 17, 18 o ─cuando mucho─ 19 años. Yo entre primero a los 21 ─cuando entré a estudiar ingeniería civil─ y después a los 25 ─cuando empecé a estudiar historia─.

— Aprendí a manejar ─o a conducir auto, pues─ después de los 40, cuando normalmente uno aprende de adolescente o de muy joven.

— La tercera requiere una plática más amplia. Ahí va:

Durante toda la existencia de este blog yo hablaba de una pareja que tenía su propio espacio ─que no tiene mucho caso mencionar─, hicimos proyectos colaborativos y compartimos muchas cosas. Para 2017 esa relación ya estaba muy mal, al grado de que terminamos en noviembre de ese año después de casi 13 años juntos ─terminamos un día antes del decimotercer aniversario─. Un mes antes de eso fui a comprar garnachas cerca de mi casa, sana costumbre que mantengo hasta el día de hoy. Mientras esperaba que me despacharan vi que en una de las casas cercanas había una manta nueva que anunciaba un gimnasio de box y me dio curiosidad.

Era una planta alta.

Creo que nunca lo he contado aquí, pero lo he platicado en redes sociales y todos los que me conocen lo saben: a mí me gusta mucho el boxeo, desde niño; soy un cliché andante porque me hice fan después de ver Rocky IV, aparte era muy fan de un videojuego llamado Final Round.

El pedo es que siempre fui muy inseguro como para practicarlo. No porque tuviera miedo de que me lastimaran, sino porque sentía que iba a ser malo para eso ─ya saben, esa idea de que tienes que ser el mejor en cualquier cosa que comiences─. Siempre puse de pretexto que mis papás no me daban permiso y ya con eso me justificaba ─y de veras no me dejaban, pero una nimiedad como ésa nunca me ha detenido de hacer pendejadas─. pero la verdad es que nunca me sentí capaz de practicar ese deporte y entonces nunca me animé. A lo más que llegué es que en las fiestas del féstivus mis amigos y yo nos aventamos tiros así, pero de a minutito y acabábamos sin bofe… y yo además me tenía que llevar las malas caras y reclamos de mi pareja por «arriesgarme».

Dense un quemón.

Volviendo al anuncio: entré a preguntar costos y a ver cómo estaba el asunto, qué necesitaba y demás; me explicaron muy bien, me dieron los horarios y decidí regresar esa noche a la clase de 8:00 p. m. Esa primera clase fue brutal, al grado de que cuando salí dije «¡Chinguen a su madre, no regreso!»… bueno, lo dije para mis adentros; ya después se los platiqué y les dio mucha risa.

Nótese mi esfuerzo. De verdad la foto es de ese día.

Pero sí regresé.

Seguí entrenando, mejoré mis movimientos y hasta adelgacé. Llegó un momento en el que hice lo que para mí era impensable: subirme a un ring a echar madrazos ─amateur, obvio─. Nunca pensé que me iba a subir; yo iba porque andaba mal con mi pareja, necesitaba olvidarme de eso y quería hacer un poco de ejercicio. No es la primera vez que recurro al ejercicio para olvidar un fracaso amoroso ─así soy de pendejo─, pero que voy resultando bueno. En algunas me fue bien, en otras me ganaron. Así pasa.


Estuve en este gimnasio un poco menos de año y medio, hasta que cerró. Pero no me dejaron morir solo: me presentaron con otro instructor, pariente de un ex campeón mundial ─y orita van a ver por qué no digo quién─, con el que seguí entrenando otros dos años y medio. Ahí me disparé: obtuve mi mejor condición física y mi calidad como boxeador creció  ─aunque en la primera pelea con ellos me dejaron inconsciente en el primer round─.



Mi entrenador se volvió un buen amigo mío y me ayudó en lo que pudo; fuimos muy cercanos, incluso en plena pandemia nos las arreglábamos para que él pudiera seguir trabajando y yo lo apoyé en lo que pude ─«no debieron, los contagios», ñeñeñeñeñe─. El problema vino cuando él tuvo una serie de dificultades personales que no voy a detallar aquí porque eso es bronca de él, pero que hacía que descuidara su negocio y que cada que me viera siempre me pidiera dinero. Al principio le ayudé, pero me harté.

Otro problema fue que vi cosas con las que no estoy de acuerdo: en algún momento me dijeron que podía ganar dinero peleando. Para empezar, eso es difícil; aparte, uno se asombra con los sueldos que reciben los campeones, pero eso está muy lejos de lo que podría recibir un pequeño peleador. La cuestión es que conocí una maña que existe, que le aplican a muchos boxeadores y de otros deportes (como en el muay thay) y que no me gusta nada: que te paguen con boletos. Explico: uno está acostumbrado a que el deporte es amateur (sin cobrar) o profesional (cobrando); en esta modalidad le dan a cada peleador una cierta cantidad de boletos para la función; la cantidad depende de lo que acuerde con el promotor. Entonces el peleador adquiere el compromiso de venderlos para que de ahí se le pague. En otras palabras, aparte de preocuparse por pelear, tiene que preocuparse por vender boletos para ganar dinero. Simplemente no me parece ético, pinches promotores. Sólo una vez me lo propusieron y me negué de inmediato ─y creo que les dejé tirada una pelea ya con la publicidad impresa, pero nunca quise saber─.

A partir de ahí empezó a decaer mi interés en seguir. Para no hacerla cansada, ya ni fui. Lo peor es que ni siquiera nos peleamos, no fue un pleito; simplemente dejé de ir y dejé de contestar el teléfono. Así estuve unos meses. Pero pues el deporte me gusta y ya estoy entrenando de nuevo, nomás que en otro lugar y con otras personas. La neta no tienen la calidad que tenía mi entrenador, pero tampoco es como que yo sea la gran promesa del boxeo. Hacen su mejor esfuerzo y creo que está bien para ellos y para mí. Al momento de publicar esta entrada llevo dos meses entrenando. Estoy muuuuy lejos del nivel que llegue a tener, pero tendré la oportunidad de recuperar lo más que pueda; si no, tampoco sufro por eso. Y si no pudiera yo volver a pelear ni nada parecido, pues ya me di el gusto: ya sé lo que es estar en un cuadrilátero solo, de tú a tú, con alguien que a quien tienes que golpear o te va a golpear él a ti ─y de la mitad de tu edad─ y, aunque llegué tarde y contrario a lo que pensé en mi adolescencia, no resulté tan malo.

Y más de una vez una mujer me acomodó una chinga.



Queda de ustedes:

TORK: Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC—23 EE.

sábado, 4 de junio de 2022

Balajú se fue a la guerra

En la entrada anterior platicaba yo qué transa con eso de presentar ponencias. Hace unos años conté aquí mismo cómo fue mi debut en esas ondas: cómo la pasé, qué fue lo que vi y de qué hablé. Se me hizo costumbre platicar esos paseos y contar una que otra desventura.

Como ya lo saben porque básicamente este blog se ha tratado de eso en toda su existencia, el tema de los ateos ocupó un espacio grande en mi vida: les platiqué cómo y por qué abandoné la militancia católicalas veces que marchamos y cuando me presenté en un congreso específicamente de eso.

Cuando debuté en esas cosas elegí hablar de los ateos porque –creía yo que– nadie hablaba de eso en los congresos de religión y quería aprovechar que tenía la información a la mano porque en ese tiempo andaba yo de argüendero. Ya saben, uno que se quiere sentir importante.

Y que le atino. En efecto, nadie había pensado en hablar de estos seres inmundos (y no los culpo). Tons llamé la atención cuando lo hice. Alguna vez pensé en que ése fuera el tema de mi tesis, pero me desencanté y decidí no titularme (son mamadas: el único requisito para titularse es no morir en el intento y pos no me sale, pero ya mejor luego les cuento eso).

Uno de mis temores en un principio (y lo dije en plena ponencia) era que alguien más agarrara el tema y que lo que yo hice se volviera obsoleto. Con el tiempo ese temor se volvió esperanza; quería que más gente se interesara. Y sí: con los años, gente como mi compa Maik y otros le han entrado; eso me anima.

Y como siempre, la academia se queda atrás; al grado de que ese tema se volvió mi carta de presentación cuando llegaba por primera vez a un congreso. Aunque ya perdí la cuenta de las veces que llegué a hablar de lo mismo, siempre les sorprende. Ya cuando es la segunda o tercera vez que voy llevo otro tema, el que sea en el que trabaje en ese momento; por ejemplo, orita traigo el tema de los ateos en Alcohólicos Anónimos, que nada tiene que ver con los militantes. Hace unos años conocí a alguien que parecía que le iba a entrar al asunto, pero he leído sus trabajos y la neta se queda corto, lo que no le ha impedido mamonear con el tema.

Hace unos meses se publicó una obra de dos tomos llamado Reconfiguración de las identidades religiosas en México. Es un análisis que abarca en dos tomos la diversidad religiosa en México recogida en la *tomo aire* Encuesta Nacional sobre Creencias y Prácticas Religiosas (Encreer). El tomo II (de 184 páginas) contiene un capítulo de 26 páginas que trata sobre la población sin religión, la cual agrupa a los indiferentes, gente que no pertenece a ninguna iglesia aunque tenga creencias religiosas, gente no practicante... y a la población atea y agnóstica, a la cual le dedican una página (la mitad de la 136 y la mitad de la 137). ¡Una puta página! Se me ocurrió revisar la fuente de ese apartado: un artículo muy acreditado y todo... de siete páginas.

Y ya por eso mejor uno hace notas en féisbuc o se viene a bloguear.

Pero regreso a mi tema: cuando vi que no iba a hacerlo tesis, en algún momento mejor pensé en hacer un artículo académico, así que lo amplié hasta donde quise; en serio, hasta donde me diera la voluntad. Pero después de años de intentarlo, ninguna revista aceptó publicarlo y el artículo se quedó aparcado y esperando a que yo decidiera qué hacer con él… hasta ahora.

La revista Balajú, de la Universidad Veracruzana, tuvo a bien aceptarlo y publicarlo. Y qué bueno, porque iba a ser la última vez que lo intentara, fuera aceptado o no.



Esta presentación es inmejorable

La neta me siento muy bien de que se publicara. Y no por el ego de ser autor publicado ni esas ñoñeces, sino porque por fin puedo darle un cierre al asunto. No se crean: dediqué 14 años al tema de los ateos militantes y sentía que todo había sido en vano. Un artículo no lo compensa, pero me hace descansar. Léanlo si quieren (si no, pues no).

Las organizaciones de descreídos en habla hispana.

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC — 23 EE.

martes, 31 de mayo de 2022

Haciéndole a la ponenciada

Cuando nos metemos de lleno en nuestra profesión, sin importar cuál sea, muy probablemente acabaremos metidos de cuando en cuando en algún acto académico: congreso, simposio, coloquio, mesa redonda, encuentro o cualquier otro nombre mamerto que se le ponga (en adelante diré congreso para referirme a cualquiera de estos actos, al cabo todos son iguales). En algunas ocasiones vamos como oyentes, ya sea porque algún tema llama nuestra atención, porque queremos escuchar a alguien en particular o porque nos obligan; en otras, nosotros somos los que estamos del otro lado de la mesa compartiendo nuestras pendejadas ante un público.

Quienes hemos hecho esto último ya sabemos cómo es: nos enteramos del congreso en cuestión, mandamos nuestra propuesta, ─a veces─ nos la aceptan, terminamos de elaborarla ─o de reciclarla─ y el mero día nos vamos a presentarla. No falla. Cuando somos participantes, a veces somos corteses y nos chutamos todo el congreso, sin importar si sólo es un día o media semana; en otras ocasiones tenemos poco tiempo o presupuesto ─o nos vale madre─ y sólo vamos el día que nos toca.

Acerca de los participantes en esos actos: nos quejamos mucho de lo aburridos o repetitivos que son muchos de los ponentes que escuchamos, pero seguimos sentados hasta que el que está en la mesa acaba de hacer ruido. Se podría pensar que, si tomamos conciencia de eso, no vamos a repetir esas mismas tendencias y podremos presentar algo decente para el oído.

Error.

Hacemos exactamente las mismas pendejadas. Somos la siguiente generación de viejitos aburridos que vamos a repetir los mismos formatos de charla que se han eternizado por décadas, mientras pensamos que nuestra ponencia es la más chingona del congreso; y somos los mismos que, cuando se acabe una participación de la que no entendimos un carajo, diremos que fue «un trabajo muy interesante»[1].

¿Cuáles son esas pendejadas?

Originalmente, esta nota iba a ser una especie de guía acerca de lo que no se debe hacer cuando uno habla en público, pero creo que sería menos presuntuoso y más honesto quedarme en decir de qué burradas he sido testigo, cómplice y partícipe. En un lapso de 19 años he sido asistente en muchos congresos, ponente en unos menos y evaluador de ponencias en un par de ellos; además, algunos de mis conocidos han recorrido un camino similar y constatarán que no miento, así que creo estar en buena compañía. Total, si vamos a seguir en ese camino y estas líneas sirven para hacer que sea menos tortuoso, pues a ver qué sale.

En primer lugar tenemos que lidiar con una verdad que será dolorosa para nuestro ego pero no por eso es menos contundente: ¡a nadie le importa nuestra ponencia! En serio, a nadie. Es una lectura en público, no nuestro examen profesional. En el momento en el que dejemos de hablar y nos aplaudan, todos nuestros oyentes habrán olvidado lo que escucharon ─si es que escucharon algo─. De los últimos congresos a los que he asistido sólo recuerdo a aquel sociólogo en Tlaxcala al que le escuché repetir las mismas sandeces que en años anteriores ─y ni siquiera recuerdo qué sandeces eran─, al mayista al que saqué de sus casillas en San Ángel y a la colombiana chichona[2] que se presentó en Michoacán. Y los que me recuerden sólo atinarán a decir que estaba medio loco y fui muy irritante, pero ni una palabra del contenido de mis ponencias. Tons vamoacalmarno y a bajarle un tanto a nuestras ínfulas.

Ojo, que el hecho de tomarlo con calma no equivale a presentar cualquier chingadera «al cabo que ni nos pelan» ─por si alguien lo está pensando─. Significa que es una oportunidad de mostrar, si no un trabajo innovador o revolucionario, por lo menos algo que logre que nuestros oyentes no se aburran con nuestra presentación como nosotros nos aburrimos con las de otros.

Ya aceptado ese hecho, podemos empezar por tomar conciencia del tiempo del que vamos a disponer para la presentación. Este factor es fundamental y de él se van a derivar todos los demás. En los terrenos en los que me muevo ─humanidades y ciencias sociales─, es común dar 15 o 20 minutos a cada participante para que eche su rollo ─a los magistrales les dan una hora o más, pero nosotros somos de la perrada─, así que tengan eso en cuenta a la hora de escribir y asegúrense de que el mensaje quede transmitido en ese tiempo. Pista: leer en voz alta y con una velocidad moderada un texto con tipografía Arial 12 y un interlineado de 1.5 toma aproximadamente dos minutos por cuartilla, así que disponen de un espacio de entre 7 y 10 cuartillas. Vale madres si los organizadores les pidieron el texto en otro formato o con otra extensión, aquí estamos hablando de lo que ustedes van a presentar al público y van a traer en la mano al momento de pasar a la mesa.

Por cierto, algunas guías sobre hablar en público dicen que no hay que leer porque eso hace que la gente se desconecte. Yo no estoy de acuerdo: a veces los temas exigen cierta información que uno no es capaz de recordar y es necesario leerla ─o de plano somos pendejos para hablar sin acordeón─. ¿La solución? Ensayar. Ya sea frente al espejo o frente a algún incondicional[3], hay que ensayar hasta lograr la velocidad y modulación necesarias para no desmayar al respetable. En última instancia, leer una ponencia es una actuación ante un público, así que hay que actuar bien.

Una vez que saben con cuánto tiempo cuentan, aprovéchenlo. A nadie le importa ─o, como dijera un compa, NOS VALE VERGA─ si su ponencia está sacada de su tesis, si le agradecen a su asesor por la guía o si llegaron al congreso gracias a la beca del Instituto Patrulla. Lo importante es brindar la información o el mensaje que se desea transmitir; ya las formalidades o los detalles se pueden tratar después. Es muy común ver que la primera mitad de la ponencia está llena de detalles hasta en lo más mínimo y, cuando les gana el tiempo, todos empiezan a hablar a la carrera o de plano se saltan diapositivas o páginas completas. Aunque en lo personal me da mucha risa lo nerviosos que se ponen cuando les hacen la seña de «te quedan cinco minutos», no hay necesidad, neta. No es válida la excusa de «me faltó tiempo»; no falta tiempo, sino que no sabemos distribuirlo, ques distinto.

Ya que menciono las diapositivas, éstas siguen siendo un buen apoyo visual cuando uno habla. Pero no seamos cabrones; no usemos colores chillones, ni combinaciones que jodan las retinas, ni las retaquemos de texto. Si nuestra presentación no deja que usemos imágenes y necesita texto, tampoco seamos hijoputas y nos pongamos a leerlo. Eso es una grosería, nuestros oyentes saben leer. Pista: si alguien del personal está a cargo del proyector, pueden pasarle una versión escrita de la ponencia en la que vengan marcados los momentos en los que se cambia la diapositiva; eso ahorrará tiempo y evitará el castroso «siguiente... siguiente...».

Es muy importante respetar el tiempo y no pasarnos del que nos asignan. Cuando alguien se tarda, retrasa todo: luego los demás tienen que ir a la carrera, las otras mesas empiezan tarde, se roba tiempo a las preguntas ─aunque esto no necesariamente es malo─ y, pa’cabar pronto, es odioso. Nota para los moderadores: hay que aprender a ser inflexibles en eso. Nada de «es que es el doctor y me dio pena decirle que ya», «es mi compa, por eso le di chance» o «espérenme, ya nada más esto». Ni madres: si se acaba el tiempo, le cortamos.

Y, hablando de las preguntas, en nuestras manos está acabar con ese cáncer llamado más que una pregunta, tengo un comentario. Es odioso y es mortal. Muchos «comentarios» llegan a durar más que las propias ponencias y normalmente quienes hacen eso son güeyes que van con muy mala leche a joder a los ponentes ─aunque a veces muchos lo merezcan─ o necesitan un poquito de atención porque nadie los pela. Si somos asistentes, no hagamos eso; si somos ponentes, no lo permitamos; si somos moderadores, saquemos a esos güeyes a patadas. El público lo agradecerá. Por lo pronto, aquí les muestro lo que viene siendo la diapositiva final que uso en mis presentaciones. El texto siempre es el mismo, lo que cambia es el fondo o la imagen (a veces es un gif), pero es para que se den una idea. Siéntanse libres de usarla.

Píquenle para agrandar

Dejo muchas cosas sin mencionar, como las chingaderas que hacen muchos organizadores cuando le cobran al ponente por participar o los que le condicionan al alumno una calificación o una firma. Ahorita la idea es clara: si no podemos o no queremos dejar de asistir o participar en ese tipo de actos académicos, por lo menos hagámoslos digeribles. Nunca se sabe, a lo mejor somos nosotros los que acabamos convirtiéndolos en algo provechoso… ok no, pero que al menos no sean tan aburridos.



[1] Cualquier editor medianamente competente les dirá que el adjetivo «interesante» no significa nada en este contexto. Si alguien nos dice que nuestro trabajo es interesante, nos está dando el avionazo.

[2] Ahora que lo pienso, ya no estoy seguro de que fuera colombiana.

[3] Que los pinches pagafantas sirvan de algo.

viernes, 6 de mayo de 2022

Un encuerado entre tantos

El 6 de mayo de 2007, el fotógrafo Spencer Tunick estuvo en México y tomó fotos a varios miles de loquitos dispuestos a encuerarse en el zócalo... y yo fui uno de esos loquitos. Hoy se cumplen 15 años de aquello y quiero compartirles un pequeño relato que escribí en ese momento. No lo había puesto antes porque fue un desmadre encontrarlo. Les doy un consejo: si llegan a participar en proyectos compartidos, tengan respaldo de sus textos, no sea que se peleen y a alguno de los colaboradores le dé un telele y se los borren.

El relato está sin corregir y sin editar, tal como lo escribí en aquella ocasión. Sólo puse algunas notas a pie para contexto. Iba a publicarla en redes sociales (de hecho, ésa fue la razón de querer rescatar esta entrada), pero decidí que el blog se mueva solito, sin inferencia externa. Así lo hice en su momento y así lo haré ahora.


¿De qué voy a hablar? Obvio: De mi experiencia en el encuere masivo de ayer en el Zócalo.

La noche anterior aún estaba en duda mi participación ya que es difícil para mí llegar a ese lugar a esa hora (vivo en Ecatepec y no tengo coche). Estaba poniéndome de acuerdo con mi hermana, que también estaba dispuesta a ir y le dije de esa duda.

- Va a estar cabrón llegar. -dije yo-.

- Tú no te apures.

- Orale pues. 

Ya levantados y bañados, a las 4:00 a.m. nos pusimos en marcha y tomamos un taxi desvalagado (que supongo acababa de dejar a algún borracho enfiestado). 

-"¿Va a haber desfile o algo?" (Aquí pensé: "Pendejo. Ni que no supieras".)

- No. Es una "exposición". -terció mi hermana- 

Ya con nuestra conversación fue que el ruletero se animó a preguntar entre risas:

 - ¿Van a la foto?

 Eran 4:30 en punto y apenas íbamos en Cirucuito Interior y Eje 2 Norte[1]. Evidentemente estaba desesperado, ya que yo nunca llego tarde a una cita y he perdido amistades por impuntuales... pero me tuve que resignar. Cuando, 10 min. después, llegamos a Avenida Juárez, me alegré de ser jodido y no tener carro... parecía viernes a las 2:00 p.m., con gente y todo.

 Entramos por Madero y un poco más adelante la fila daba la vuelta a una calle y se juntaba con la fila que estaba en 16 de Septiembre. Mañosamente y como buena mexicana, mi hermana se infiltró en dicha fila, en la que no duramos mucho ya que nos encontramos a unos amigos de ella y pudimos adelantarnos otro poco, justo enfrente de un grupillo de güeritos desmadrosos y bien pedos, a los que (luego supe) no les permitieron entrar.

Ya pasando el acceso, mi hermana y yo nos perdimos de vista (prefirió encuerarse frente a sus amigos que frente a mí... ah complejos) y ya por separado empezamos a oir las indicaciones de Tunick: donde dejar la ropa, cómo colocarse, etc.; algo que me dió risa fue cuando dijo: "Si no saben qué hacer fíjense en el de adelante".

Cuando dieron la voz me empeloté en chinga y comprobé que no hacía tanto frío como esperaba, el aire fresco se sentía chingón. En un tema anterior comenté que seguramente iba a pasar el "efecto balneario"[2]... y no me equivoqué. Hasta donde ví Nadie anduvo de mirón ni de morboso. En ese momento valieron madre, junto con la ropa, todos los prejuicios, deseos lujuriosos y hasta los ascos que cualquier día pudiera provocarnos alguna gorda o algún anciano arrugado; todos íbamos a lo mismo y estábamos listos para hacerlo.

Quería ponerme en primera fila pero no se pudo, ya me habían madrugado, así que empecé a recorrerme hasta que me tocó junto a una chica bellísima y atrás de un wey con pinta de microbusero y a un lado de ese reloj de sol gigante que adornan de colores y que algunos llaman asta bandera. Quienquiera que haya sido le atinó al no permitir que el trapote ese (que algunos llaman bandera y que, dicen, representa a los mexicanos) saliera en las fotos le atinó, las hubieran madreado.

Después de un chingo de rato de batallar con el sonido (hasta donde yo estaba no se oía) y con los weyes clasícos que no hacían caso y después de que increpé a uno que, desoyendo las indicaciones que de por sí no se oían, llevaba una cámara[3], se dio la primera toma, luego una segunda en la que nos pusieron, cuales viles niños de primaria aborregados, a "saludar" ¿A quién? no sé.

Toma en posición "B". El momento de acostarnos fue otra peripecia. Aunque el suelo no estaba tan frío como uno pudiera pensar, la bronca fue acomodarnos. y de nuevo, los mamones simpáticos retrasando la toma. Sólo opté por decir en voz alta: "Ahí me despiertan". A los que estaban a mi alrededor les dio risa, no sé por qué.

Posición "C". En posición fetal con la cabeza apuntando a la Catedral (yo quería que fuera al revés para darle a Norberto nuestra mejor cara), fue la que más tardó porque no se ponían de acuerdo, y era incomodísima, además había hormigas, sin mencionar que nadiq quería levantar la mirada porque le iba a tocar un espectáculo medio gacho, sobre todo si les tocaba algún wey con el culo peludo (que no fue mi caso, pero sí de quien estaba atrás de mí jua jua).

Toma sorpresa. En marcha a 20 de noviembre. Empiezan las consignas y yo me doblaba de risa. Esa de "voto por voto"[4] me tocó muy cerca y nosotros empezamos la de "Norberto-Rivera-el pueblo se te encuera". Lo que ya no me gustó fue cuando empezaron con la de "Spencer-hermano-ya eres mexicano" no mamen, tampoco es pa' tanto. La toma me tocó parado en la carretera en pleno cruce. De nuevo como niños de primaria, a tomar distancias y levantar las manos de espaldas al asta. "La izquierda... la derecha... las dos... dedo indide... pinten cremas... "

Todo en son de cordialidad que yo jamás hubiera esperado. A los hombres nos agradecieron nuestra participación mientras que a las mujeres las agarraron para un par de tomas más. Después de eso (y de unas viejas que estaban chingue y chingue con que desalojáramos) las mujeres llegaron entre aplausos, se vistieron, me reuní con mi hermana y nos fuimos de ahí.

¿Algún otro que haya ido?


Y ahora los dejo con lo que todos queríamos ver: ¡escenas de desnudos!

Ésta es la posición C

Ésta fue una toma extra


Aquí pueden ver algunas de las fotos tomadas en ese momento. Dense un quemón. 

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC─23 EE.




[1] Quise decir avenida Central y Eje 2. El eje y el circuito se juntan pero no ahí.

[2] Así le decía yo a cuando deja uno de ver con morbo los cuerpos, que es lo que suele ocurrir en un balneario. Dejar de sexualizar, dirían hoy.

[3] Ya nos íbamos a agarrar a madrazos, pero otros también le gritaron y mejor la dejó.

[4] Ya había pasado casi un año desde la elección presidencial de 2006, pero la consigna aún estaba muy fuerte.

jueves, 5 de mayo de 2022

Historiaduermes

Esta entrada la escribí en algún momento de 2016 como respuesta a una publicación en féisbuc que me irritó bastante. De ésta no voy a dejar la escritura original porque sí se presta para el formato bloguero. así que ésta sí la recompongo:

La publicación se puede ver aquí. Y si para cuando le piquen ya no se ve no se apuren, las imágenes están guardadas.

Consta de varias imágenes que tienen por intención aclarar algo de lo que hace el historiador, pensando en esa gente que, como no sabe lo que uno hace, pregunta pendejadas. Sí, muchas veces las preguntas son irritantes; y sí, es cansado andar aclarando qué hace uno que estudió historia. La bronca es que las respuestas son aun más pendejas que las preguntas que les dieron origen. Parece que las imágenes las hizo alguien que, o aún no termina la licenciatura, o aún tiene idealizada la profesión ─y que además tiene muy mala redacción─ y todavía le quedan ganas de mamonear.

Varias de ellas sí necesitan una respuesta más amplia, tanto que, lo que originalmente iba a ser un comentario en mi muro, se convirtió en una nota completa y ahora en una entrada:




Pos sí. Se puede uno morir de hambre con cualquier profesión: abogado, médico, diseñador gráfico o la que se les ocurra. Para ser francos, ¿cuántos de los que estudiaron historia trabajan en alguna área que involucre la profesión ─museografía, docencia, investigación─? Y de los que trabajan en algo de eso, ¿cuántos viven sólo de eso? En mi caso sólo viví de eso cuando trabajaba escribiendo artículos de divulgación para cierta dependencia gubernamental. El resto del tiempo he tenido que aprender otras habilidades para ganar dinero. Es más: cuando le entro a algo relacionado con la historia ─entrevistas en radio o congresos─ hasta acabo poniendo de mi bolsa. Este punto remata con algo bien lindo: «Se mueren de hambre los flojos». ¡HUE-VOS! En todos lados se ve gente huevona como su chingada madre ─que ha de ser bien huevona─ que jamás pasará privaciones; y gente que se mata trabajando y apenas sobrelleva sus gastos.


«¿El historiador tiene cara de guía turística?». ¿Y cuál es la bronca? ¿Ser guía de turistas es demasiado bajo para quien hizo esta lista? No se vaya a asolear. Si no recuerdo mal, la historia sirve también para eso y cuenta como labor de divulgación. Desde hace unos años yo ando persiguiendo una certificación que expide la Secretaría de Turismo para ser guía acreditado, nomás que cuesta una buena lana.


«¿Y estudiar historia no es muy aburrido?». ¡Claro que es aburrido! Es una madriza y una monserga andar en bibliotecas, archivos ─físicos o digitales─ o hemerotecas; es fastidioso e irritante soportar profesores pelmazos; es engorroso preparar exámenes o trabajos finales y es frustrante cuando los profesores ponen calificaciones que no crees merecer. ¿O qué, ya se les olvidó? A mí no. El único que no se aburría con los temas históricos era Indiana Jones y ni historiador era. Y el esnobismo: «Es más aburrido ver el programa dominguero de las 8pm [sic]». Pfffff. Mamador.


«Tal vez tú consumas esas publicaciones o canales [Muy Interesante o History Channel], pero seguramente no son del gusto de los demás». Pffffffffffff. Sí, esas publicaciones son una mierda, pero ésa es precisamente una oportunidad de explicar a otros lo que es nuestra profesión, en lugar de salir con la mamonería propia de los que ejercen el oficio.


«¿Y qué hace un historiador?» No se te vaya a acabar la saliva por explicar, idiota. Es una pregunta legítima, carajo. Los demás no están obligados a saber qué chingaos hacemos ─a veces ni nosotros sabemos─.


«“¿Benito Juárez fue un héroe de la Revolución Mexicana?” Si Cristian Castro lo dice ¿tú lo repites?» En primera, si te vas a burlar, apréndete el chiste: lo que Cristian dijo de Juárez es que si era héroe de la independencia, no de la revolución ─y ya planteado así, sin saberlo, tuvo razón. ¿Por qué? ¿No sabes?─. Y otra vez: preguntas como ésa son válidas.


«¡Ah! Estudias historia, o sea ¿eres profesor?». Es el mismo caso que el de guía de turistas. Ha de creer que baja de categoría.

De las otras imágenes no vale la pena ocuparse porque ya son derivaciones. El meollo de todo esto es: uno que se ha dedicado a estudiar historia se topa con preguntas muy pendejas y es válido quejarse y burlarse de eso. Pero carajo, si se va uno a burlar, que no se note la ignorancia y menos el esnobismo, que de eso ya hay mucho en el gremio.

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC—23 EE.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Misticismo academico

Como dije antes, calmé mis ansias de escritura con las notas de féisbuc. Era una herramienta que se dejaba querer, aunque tampoco es que ofreciera mucho. Esa herramienta ya no existe y buscar las notas es un desmadre, así que mejor las recuperé y las traje para acá. Las voy a poner en el orden que se me ocurra. Si acaso pondré la fecha de la publicación original o alguna aclaración sobre el contexto en el que la publiqué.

Misticismo académico

Una práctica común de las sociedades de cualquier lugar o época ha consistido en prohibir ─o por lo menos desaprobar─ el uso de ciertas prácticas o ciertas palabras fuera de los tiempos y lugares sagrados. Alegan que ese veto se hace con el fin de evitar la profanación, es decir, la trivialización y la pérdida del carácter sagrado de ese conocimiento. De esta forma los rituales, los rezos, las invocaciones y las interpretaciones dejaron de ser de uso común y pasaron a ser de uso exclusivo de un solo grupo ─o varios, cuando se trataba de más de una forma de culto─, dedicado enteramente a los menesteres propios de la adoración y la liturgia: el grupo sacerdotal. En otras palabras, ese conocimiento se volvió sólo para iniciados.

El ambiente religioso no es el único en el que se encuentra este fenómeno: las instituciones académicas en general son prolíficas en prácticas, ideas, datos y conocimientos considerados exclusivos, lo que otorga a los institutos ─depositarios de esos conocimientos─ un halo de poder, y reservan el acceso sólo para quienes ingresan a sus filas.

Hace un año escuché un seminario acerca de algunos pormenores en el estudio del fenómeno religioso ─tema que en ese momento yo tenía olvidado─ y me tocó oír una perlita por parte de uno de esos gloriosos académicos ─profesor de alguien que conozco─, que me recordó lo que les comento líneas arriba. La perlita es ésta:

Siempre tengan cuidado: cuando un concepto se vuelve mediático es que ya se ha devaluado. Cuando ustedes escuchen a un periodista decir un concepto, el día en que un periodista, y por televisión o por radio, te diga que “el hábitus no sé qué” [nota mía: hábitus es un concepto bastante estúpido, ni pregunten], es que ya valió gorro, ya no sirve para nada, se hizo de sentido común […] sale de un lugar muy sólido, después se convierte en un concepto maletín.

Dicho de otro modo: «sólo nosotros los académicos, los que hemos hecho muchos posgrados y nos juntamos aquí, tenemos derecho a decir esas cosas. La plebe no, ellos no saben».

Y lo primero que pienso cuando me topo con esta actitud es: «¿Qué pedo?». En serio, ¿qué pedo con estos cuates y sus ínfulas? Parte de mi formación y desempeño profesional se ha desarrollado en el ámbito de la divulgación, dedicando tiempo ─pagado o no─ a hacer textos destinados a la lectura del gran público ─ni los leían, pero eso ya es otro tema─. Por lo mismo me resulta increíble que haya gente con tal celo en lo que a compartir la información se refiere. Es más, cuando deciden escribir sobre sus temas, muchos usan un lenguaje lleno de términos como concomitancias, modernidad, complejización, funcionalización, transnacionalización, territorialización ─y el que lo desterritorializare, buen desterritorializador será─ y otros que, además de que resultan ajenos para mí y mi formación, vuelven sus textos una jerigonza inmamable.

En ese tenor, se me ocurren dos posturas extremas acerca de esta actitud: la primera es la de la apertura, abrir un congreso al público en general con temas de cultura popular; la otra es la clásica del académico, que se reúne prácticamente a puerta cerrada con gente que ─dice que─ habla el mismo idioma.

El primer caso lo ilustra un coloquio sobre lucha libre realizado en la UNAM hace medio año. El segundo caso lo ilustra un coloquio, también hecho en la UNAM, sobre Pierre Bourdieu ─uno de esos autores incomprensibles que maman muchos de esos estudiosos─. Ambos se llevaron a cabo en las mismas fechas, con un mes de diferencia.

En el primer caso hubo presentaciones teóricas, pero siempre sin pretensiones. Sólo se trataba de compartir y echar desmadre ─y estaba el maestro Solar, que hasta soltó la lagrimita─, además se llenó de fans de las luchas ─entre los que me cuento, si a alguno de mis lectores no le gustan, no tenemos mucho de qué hablar─. El segundo, si bien estuvo concurrido, sigue dando la impresión de ser un grupo de perros que se huelen las colas entre sí, con grandes teorías y presentaciones bellamente elaboradas... que a nadie le importan porque no salen de sus caparazones... y porque, volviendo al principio, se encabronan si alguien fuera de sus bienamados círculos se atreve a usar sus conceptos.

Por mi parte ─bueno, por mis dedOHQUELA─, como corrector, exdivulgador y enemigo del lenguaje complicado y del celo sacerdotal ─de cualquier tipo─, siempre estaré del lado de que la gente sepa. Siempre será preferible que el gran público profane los sacros términos académicos, lo cual será señal de que al menos los conocen o los han oído. De otro modo, se conservará lo sacro como se conservan los tesoros sacerdotales egipcios o los cálices y capas pluviales decimonónicos: como piezas de museo

Queda de ustedes:

TORK: Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC—23 EE. 

martes, 3 de mayo de 2022

¿Y qué te has hecho?

¿Les ha pasado que se encuentran a un compa después de muchos años y quieren contarle toda su vida desde la última vez que se vieron? Así ando yo ahorita. Tengo el impulso de contar todo lo que ha pasado en los últimos nueve años.

Escribir en un blog es algo muy diferente a escribir en alguna red social. Cuando publicamos algo en tuíter o en féisbuc pensamos en los seguidores y en los contactos, en los favs y en los laiks (y en la censura, pero eso es otra cosa). Para bien o para mal, esperamos una reacción.

Acá no. Aquí escribimos para el blog y para nosotros (a veces en ese orden), sin pensar en la existencia de los lectores. Aquí no importan las reacciones, no hay corazones y –casi– no hay comentarios. Aquí nos inhibimos menos porque básicamente el blog es nuestro compa y le platicamos todo, aunque ya lo hayamos escrito en otro lado.

¿Saben cuándo me cayó el veinte de que había gente que leía lo que aquí se pone? Cuando fue la segunda marcha atea. Esa vez muchos ─de los que fueron─ me dijeron que se habían enterado por mí y que leían mis cosas. Pero la sensación no se quita. Uno sigue escribiendo para sus adentros

No hay prisa. 

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC─23 EE.

Tarde

Siempre llego tarde. Y no me refiero a cuestiones de puntualidad ─que eso da para su propia entrada─, sino a que siempre empiezo las cosas ...