Hace unos pocos años estuve involucrado en actividades relacionadas con lo que se conoce como «ateísmo militante» o «activismo ateo». También he sido bastante prolífico en cuanto a mis opiniones acerca de estas ondas de activismo y militancia; opiniones que poco a poco fueron transformándose y que me llevaron a alejarme de esos menesteres ante mi desacuerdo con algunas formas de ideología y mi incapacidad para pensar en formas de activismo acordes con lo que veo a mi alrededor (sin caer en pretensiones estúpidas como «lo que el pais necesita» o cosas asi).
En fin. Tras el descalabro que fue el cierre de la comunidad ADM, después de 5 años de andar metido ahí, decidí no formar parte de ninguna agrupación, asociación, partido o simple colectivo sólo porque llevara la palabra «ateo» en el nombre. Muy a mi pesar muchos grupos ateos ─no me atrevo a decir que todos porque sería una generalización abusiva, pero no se me ocurre alguna excepción─ son cuadrados y están retacados de corrección política, que por definición es censora y, en su caso, represora. Lo he dicho antes: un grupo en el que no pueda llamar «idiota» a un idiota (y viceversa) no es un grupo en el que me interese estar o participar.
Sin embargo, de vez en año surgen iniciativas a las que, sin que signifique dar el chaquetazo a las opiniones propias o un espaldarazo a sus promotores, es interesante o tentador apoyar. Tal es el caso de la que aquí abordaré.
Gente bonita: con ustedes el
Sí sí sí, ya sé: «Una reunión de ateos en la que va a haber puros ateos, cero creyentes y que nomás van a hablar de lo chingones que son y de que los creyentes son unos estúpidos. Hueva con eso.» ¿Y saben qué? Puede que tengan razón. Justamente
Cuando leí por primera vez la convocatoria del congreso reí... y reí, pues me parecía algo muy elitista y mamila, aun para sus propios parámetros. Reí aún más cuando veía sus criterios de selección y sus paranoias.
Tras esto surgen dos preguntas: ¿Por qué decidí asistir? ¿Por qué decidí participar?
La primera pregunta es fácil de responder y se reduce a una sola palabra: gratis.
Digo, no estaba planeado así y estoy consciente de que hay gastos que hacer y que los congresos cuestan, pero sí es una gran ventaja el que, tratándose del primer acto de esta naturaleza que realizan ─y pese a las protestas por este solo hecho─, sea gratuito. A ellos sí les creo eso de que se trata de un acto de divulgación; cosa contraria a los del coloquio, que con las cuotas que cobran y las justificaciones que dan para cobrar así, parecen dar a entender que el librepensamiento sólo es para el ya convencido y eso si puede costearlo.
La segunda pregunta requiere una explicación más amplia. Ahí va:
Como dije antes, en ningún momento dejé de hacer comentarios acerca de lo que veía en la organización del congreso; en algún momento Mónica Moreno ─miembro del comité organizador y a quien agradezco profundamente haber aguantado vara y portarse tan a todo dar conmigo─ me preguntó, de manera decente pero con esta intención: «Bueno ya. ¿Qué tienes contra el congreso o qué le ves de malo?» Esta pregunta generó un intercambio epistolar bastante extenso, en el que expuse todos los aciertos que noté, así como todas mis objeciones y que Mónica no sólo leyó con atención, sino que las tomó en cuenta. A ella mi agradecimiento y a ustedes ¡huevos! un resumen de ese intercambio para que medio vean qué transa:
Si bien el congreso no deja de ser elitista ─más adelante lo explico─, sí muestran una cierta apertura a la participación de los ateos «de a pie»: gente sin títulos o sin una trayectoria académica escandalosa (tarolas como yo, pues). Eso en mi experiencia ayuda a que gente interesada en estudiar ciertos temas se sienta con la confianza de participar y da la oportunidad de escuchar puntos de vista que los «veteranos» ni siquiera habían considerado, dejando de lado esa idea pretenciosa de llevar «personalidades» para que nos admiremos con su sabiduría.
Si bien sabemos que ningún currículum asegura que a un ser humano ya se le quitó lo pendejo, también sabemos que una colección de constancias, diplomas, recomendaciones, etc. ayudan al portador a apantallar a aquellos a quienes se les va a pedir chamba y, no necesito ocultarlo ni disfrazarlo, el hecho de que en este congreso se otorgue constancia de participación con valor curricular fue la razón por la que empecé a considerar mi participación. Esta apertura brinda la oportunidad de que, dejando egos de lado, aunado a los puntos anteriores y pese a mi propia misantropía, se aliente la convivencia siempre necesaria entre individuos que comparten una cierta visión.
Algo que en su momento me molestó muchísimo fue que en una primera redacción esa convocatoria andaba con la tan llevada, traída y sobada «comunidad atea». ¿A qué carajos se refieren con eso? Ya lo comentaba antes, es como decir «por el bien del pueblo» o «salvaguardando la democracia»; ¿qué es «pueblo» y qué es «democracia»? Pues son conceptos que ni siquiera se preocupan por definir, pero que exhiben y machacan a la primera oportunidad, tratando de dar un aire de legitimidad a sus acciones.
Sé que soy chocante con esa objeción, pero me resulta por demás molesta. Me enfurece que haya quienes se arroguen la potestad de decir (insisto, sin siquiera definir) qué es o no parte de esa comunidad cuando, si algo sabemos ─puesto que lo hemos vivido y sobre eso versa mi trabajo─, es que el ateísmo por sí solo no es lo bastante fuerte como para conformar una sola comunidad y que en esto del ateísmo hay, por lo menos, tantas corrientes como en el fenómeno religioso: unas son radicales, otras moderadas, algunas valemadristas; algunas van a organizar un congreso gratuito, otras van a hacer un coloquio que cobre las perlas de la Virgen porque van a traer a la crema y nata del ateísmo; unas que se espantan porque alguien puso la imagen de una vulva, otras que aceptan la blasfemia si es «de buen gusto» ─a saber a qué se refieran─ y otros que defienden el derecho de ofender como parte de la libertad de expresión.
A lo mucho hemos llegado a formar grupos (pequeños o grandes, es irrelevante) que medianamente comparten algunos supuestos ideológicos. Aunque, siendo francos, la creación de organismos ateos diversos podría ser buena por la misma razón que hay partidos políticos variados: porque no todos piensan igual. De ahí que considere que quien hable de «la comunidad atea» se equivoca o miente. Esa primera redacción también dejaba fuera a gente que, si bien no se identifica con los grupos ateos, sí podría hacer aportaciones valiosas.
Ya basta también de poner a los ateos como intelectualmente superiores, que somos tan idiotas como el que más.
Basta de la visión de los pobrecitos ateos, que son una minoría perseguida ante el avance maligno que representa el pensamiento religioso. Basta de la falsa dicotomía, que asegura que en México sólo hay católicos y ateos, olvidando ─o de plano desconociendo─ que el espectro religioso es muy variado y que va más allá de Norberto Rivera o los Pare de sufrir. Si no queremos que como ateos se nos estereotipe, mal hacemos en caer en lo mismo.
Derivado del anterior, el hablar de «las religiones» así, sin matices, como un bloque monolítico y único que con su gran poder y maligno corazón corrompe las mentes de la humanidad. Que sea menos ¿no?
Si bien todos esos vicios no desaparecieron de la organización del congreso, es notable (y loable) que han logrado cierta apertura a quienes deseen expresar sus opiniones aunque éstas no coincidan con las de los «ateos veteranos». Al mismo tiempo me da la oportunidad de despertar un poco y desempolvar un trabajo viejo, actualizarlo y ver si mis puntos de vista aún son válidos o de plano los tiro y me hago otros.
Bueno, pues si les interesa por allá voy a andar. El congreso será los próximos días 7 y 8 de diciembre en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Si quieren ir necesitan registrarse aquí (neta, regístrense, no les cobran y ya hay muchos que lo han hecho) y echamos una platicada. Y si no van ya luego les cuento cómo estuvo.
Queda de ustedes:
TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2012 E.C. ─ 13 E.E.