Así como en la entrada pasada les solté la aterradora verdad de que me gusta ver la televisión, ahora les voy a soltar otro madrazo demoledor: No me gusta leer.
(Espacio para la indignación de las almas culturosas que creen que en los libros se encuentra la fuente de toda sabiduría. También para la indignación de aquellos que creen que es políticamente incorrecto y un sacrilegio que alguien no disfrute el correr de las páginas y todos los clichés que se conozcan de la lectura)
¿Por qué no me gusta? Simple: Porque empecé a leer obligado. No soy como todos aquellos mamones que, para pararse el culo, cacarean sobre la forma en que desde que su papá le metió el pito a su mamá y se formó la primera célula de su ser han sido imbuidos o indoctrinados en eso de la lectura. Hasta la fecha, cada que leo algo, lo leo obligado. En mi niñez me obligó mi familia, desde mi juventud me obligó la escuela y, actualmente, me obligan tanto la necesidad académica como la curiosidad. En todos los casos la lectura no es algo que yo defina como entretenimiento (ni siquiera la lectura de cómics) y siempre buscaré otra forma de matar el tiempo antes que ponerme a leer.
Lo anterior no significa que nunca haya disfrutado de algo que haya leído, aunque no hay mucho mérito en eso, ya que hasta un empleado explotado de Wall-Mart llega a disfrutar su chamba. He disfrutado libros, cómics, blogs, tuitazos, etc. y dicen que de algo me ha servido. Entre tanta mierda en letras que ha pasado por mis ojos he encontrado cosas que, para bien o para mal, son dignas de recordar y es lo que les voy a platicar. No haré una recomendación de lecturas porque es una pendejada. No se pueden recomendar libros por la misma razón que no se pueden recomendar medicamentos: Es necesario conocer primero a la persona para poder recomendarle algo. En lugar de eso nomás les voy a platicar de algunas cosas que he leído y que, por alguna razón recuerdo.
Hombrecitos. De Louisa May Alcott.
Continuación de la obra más famosa de Alcott: Mujercitas (que no he leído y no pienso leer jamás). Recuerdo éste porque fue el primero que me obligaron a leer como castigo por haber hecho no sé qué desmadre en la secundaria. Pese a eso es un buen libro y bastante ilustrativo a la hora de imaginar la situación en los yunaites en la segunda mitad del s. XIX.
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Otro libro fue ¿De dónde vienen los niños? de Rius. De éste no hallé foto y no lo tengo en mi biblioteca.
Este me cayó en la cabeza una vez que buscaba otras cosas en la biblioteca del CCH. Me agaché, le pegué al estante y ¡madres! el libro me dio un zape. Ahí me obligó la curiosidad de reconocer el apodo del autor y empecé a revisarlo, ignorando el menso de mí que con eso estaba dando el primer paso en un camino que me volvería un descreído contumaz. Desde entonces lo he admirado, lo cual no lo salva de que también lo pasara a cuchillo.
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Michel Onfray también hace su aparición con su célebre Tratado de Ateología.
Aquí me obligaron las circunstancias al necesitar sustentar teóricamente (o, en su caso desechar) algunos de mis puntos de vista. De éste me llevé una buena impresión cuando ví que se sale del típico discurso simplista y mamón de que la religión es puro veneno que durante milenios ha contaminado a la humanidad y es necesario que la razón predomine. Gracias a él se me abrió el panorama de una forma que no imaginaba.
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Hace poco menos de 10 años ví una película con Johnny Depp, llamada La última puerta que me gustó mucho. Años después supe que estaba basada en un libro de Arturo Perez Reverte (de quien el Doctor Marmota dice que es un lumpen, pero eso no se discute ahora) llamado El Club Dumas.
En cuanto supe la curiosidad me obligó a buscarlo y encontrarlo en una biblioteca, obligpandome también a robar tiempo a mis clases para lanzarme a leerlo en una época en que mi cartera no me permitía darme el lujo de comprarlo y no estaba (o no lo encontré) disponible en línea. Tiempo después Sidurti me lo regaló y por ahí anda.
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Para rematar por hoy, dejando muchos ejemplos sin mencionar les platico de otro que, sin el menor temor a equivocarme, es el peor libro que he leído: Corazón. Diario de un niño de Edmundo de Amicis.
Libro fascista que, bajo el disfraz del amor a la patria, esconde el peligroso fanatismo de aquellos que, por el simple hecho de pertenecer a un determinado grupo, se consideran superiores al resto. Este también me lo hicieron leer a güevo por la recomendación de un pariente, que hasta la fecha disfruta de leer pendejadas.
Sé que para estos momentos a ustedes ya se les ocurrieron chingo mil títulos para mencionar. Yo sólo dejo estos como ejemplo de lo que me he tenido que chingar. No necesito demostrar mi nivel de culturosidad y por eso no incluyo los "grandes textos" (muchos de ellos sobrevaluados), la mayoría de los cuales he leído.
Por lo pronto sé que seguiré leyendo obligado y sé también que difícilmente elegiré voluntariamente ponerme a leer para matar el tiempo.
Queda de ustedes:
TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2009 E.C. - 10 E.E.