martes, 31 de mayo de 2022

Haciéndole a la ponenciada

Cuando nos metemos de lleno en nuestra profesión, sin importar cuál sea, muy probablemente acabaremos metidos de cuando en cuando en algún acto académico: congreso, simposio, coloquio, mesa redonda, encuentro o cualquier otro nombre mamerto que se le ponga (en adelante diré congreso para referirme a cualquiera de estos actos, al cabo todos son iguales). En algunas ocasiones vamos como oyentes, ya sea porque algún tema llama nuestra atención, porque queremos escuchar a alguien en particular o porque nos obligan; en otras, nosotros somos los que estamos del otro lado de la mesa compartiendo nuestras pendejadas ante un público.

Quienes hemos hecho esto último ya sabemos cómo es: nos enteramos del congreso en cuestión, mandamos nuestra propuesta, ─a veces─ nos la aceptan, terminamos de elaborarla ─o de reciclarla─ y el mero día nos vamos a presentarla. No falla. Cuando somos participantes, a veces somos corteses y nos chutamos todo el congreso, sin importar si sólo es un día o media semana; en otras ocasiones tenemos poco tiempo o presupuesto ─o nos vale madre─ y sólo vamos el día que nos toca.

Acerca de los participantes en esos actos: nos quejamos mucho de lo aburridos o repetitivos que son muchos de los ponentes que escuchamos, pero seguimos sentados hasta que el que está en la mesa acaba de hacer ruido. Se podría pensar que, si tomamos conciencia de eso, no vamos a repetir esas mismas tendencias y podremos presentar algo decente para el oído.

Error.

Hacemos exactamente las mismas pendejadas. Somos la siguiente generación de viejitos aburridos que vamos a repetir los mismos formatos de charla que se han eternizado por décadas, mientras pensamos que nuestra ponencia es la más chingona del congreso; y somos los mismos que, cuando se acabe una participación de la que no entendimos un carajo, diremos que fue «un trabajo muy interesante»[1].

¿Cuáles son esas pendejadas?

Originalmente, esta nota iba a ser una especie de guía acerca de lo que no se debe hacer cuando uno habla en público, pero creo que sería menos presuntuoso y más honesto quedarme en decir de qué burradas he sido testigo, cómplice y partícipe. En un lapso de 19 años he sido asistente en muchos congresos, ponente en unos menos y evaluador de ponencias en un par de ellos; además, algunos de mis conocidos han recorrido un camino similar y constatarán que no miento, así que creo estar en buena compañía. Total, si vamos a seguir en ese camino y estas líneas sirven para hacer que sea menos tortuoso, pues a ver qué sale.

En primer lugar tenemos que lidiar con una verdad que será dolorosa para nuestro ego pero no por eso es menos contundente: ¡a nadie le importa nuestra ponencia! En serio, a nadie. Es una lectura en público, no nuestro examen profesional. En el momento en el que dejemos de hablar y nos aplaudan, todos nuestros oyentes habrán olvidado lo que escucharon ─si es que escucharon algo─. De los últimos congresos a los que he asistido sólo recuerdo a aquel sociólogo en Tlaxcala al que le escuché repetir las mismas sandeces que en años anteriores ─y ni siquiera recuerdo qué sandeces eran─, al mayista al que saqué de sus casillas en San Ángel y a la colombiana chichona[2] que se presentó en Michoacán. Y los que me recuerden sólo atinarán a decir que estaba medio loco y fui muy irritante, pero ni una palabra del contenido de mis ponencias. Tons vamoacalmarno y a bajarle un tanto a nuestras ínfulas.

Ojo, que el hecho de tomarlo con calma no equivale a presentar cualquier chingadera «al cabo que ni nos pelan» ─por si alguien lo está pensando─. Significa que es una oportunidad de mostrar, si no un trabajo innovador o revolucionario, por lo menos algo que logre que nuestros oyentes no se aburran con nuestra presentación como nosotros nos aburrimos con las de otros.

Ya aceptado ese hecho, podemos empezar por tomar conciencia del tiempo del que vamos a disponer para la presentación. Este factor es fundamental y de él se van a derivar todos los demás. En los terrenos en los que me muevo ─humanidades y ciencias sociales─, es común dar 15 o 20 minutos a cada participante para que eche su rollo ─a los magistrales les dan una hora o más, pero nosotros somos de la perrada─, así que tengan eso en cuenta a la hora de escribir y asegúrense de que el mensaje quede transmitido en ese tiempo. Pista: leer en voz alta y con una velocidad moderada un texto con tipografía Arial 12 y un interlineado de 1.5 toma aproximadamente dos minutos por cuartilla, así que disponen de un espacio de entre 7 y 10 cuartillas. Vale madres si los organizadores les pidieron el texto en otro formato o con otra extensión, aquí estamos hablando de lo que ustedes van a presentar al público y van a traer en la mano al momento de pasar a la mesa.

Por cierto, algunas guías sobre hablar en público dicen que no hay que leer porque eso hace que la gente se desconecte. Yo no estoy de acuerdo: a veces los temas exigen cierta información que uno no es capaz de recordar y es necesario leerla ─o de plano somos pendejos para hablar sin acordeón─. ¿La solución? Ensayar. Ya sea frente al espejo o frente a algún incondicional[3], hay que ensayar hasta lograr la velocidad y modulación necesarias para no desmayar al respetable. En última instancia, leer una ponencia es una actuación ante un público, así que hay que actuar bien.

Una vez que saben con cuánto tiempo cuentan, aprovéchenlo. A nadie le importa ─o, como dijera un compa, NOS VALE VERGA─ si su ponencia está sacada de su tesis, si le agradecen a su asesor por la guía o si llegaron al congreso gracias a la beca del Instituto Patrulla. Lo importante es brindar la información o el mensaje que se desea transmitir; ya las formalidades o los detalles se pueden tratar después. Es muy común ver que la primera mitad de la ponencia está llena de detalles hasta en lo más mínimo y, cuando les gana el tiempo, todos empiezan a hablar a la carrera o de plano se saltan diapositivas o páginas completas. Aunque en lo personal me da mucha risa lo nerviosos que se ponen cuando les hacen la seña de «te quedan cinco minutos», no hay necesidad, neta. No es válida la excusa de «me faltó tiempo»; no falta tiempo, sino que no sabemos distribuirlo, ques distinto.

Ya que menciono las diapositivas, éstas siguen siendo un buen apoyo visual cuando uno habla. Pero no seamos cabrones; no usemos colores chillones, ni combinaciones que jodan las retinas, ni las retaquemos de texto. Si nuestra presentación no deja que usemos imágenes y necesita texto, tampoco seamos hijoputas y nos pongamos a leerlo. Eso es una grosería, nuestros oyentes saben leer. Pista: si alguien del personal está a cargo del proyector, pueden pasarle una versión escrita de la ponencia en la que vengan marcados los momentos en los que se cambia la diapositiva; eso ahorrará tiempo y evitará el castroso «siguiente... siguiente...».

Es muy importante respetar el tiempo y no pasarnos del que nos asignan. Cuando alguien se tarda, retrasa todo: luego los demás tienen que ir a la carrera, las otras mesas empiezan tarde, se roba tiempo a las preguntas ─aunque esto no necesariamente es malo─ y, pa’cabar pronto, es odioso. Nota para los moderadores: hay que aprender a ser inflexibles en eso. Nada de «es que es el doctor y me dio pena decirle que ya», «es mi compa, por eso le di chance» o «espérenme, ya nada más esto». Ni madres: si se acaba el tiempo, le cortamos.

Y, hablando de las preguntas, en nuestras manos está acabar con ese cáncer llamado más que una pregunta, tengo un comentario. Es odioso y es mortal. Muchos «comentarios» llegan a durar más que las propias ponencias y normalmente quienes hacen eso son güeyes que van con muy mala leche a joder a los ponentes ─aunque a veces muchos lo merezcan─ o necesitan un poquito de atención porque nadie los pela. Si somos asistentes, no hagamos eso; si somos ponentes, no lo permitamos; si somos moderadores, saquemos a esos güeyes a patadas. El público lo agradecerá. Por lo pronto, aquí les muestro lo que viene siendo la diapositiva final que uso en mis presentaciones. El texto siempre es el mismo, lo que cambia es el fondo o la imagen (a veces es un gif), pero es para que se den una idea. Siéntanse libres de usarla.

Píquenle para agrandar

Dejo muchas cosas sin mencionar, como las chingaderas que hacen muchos organizadores cuando le cobran al ponente por participar o los que le condicionan al alumno una calificación o una firma. Ahorita la idea es clara: si no podemos o no queremos dejar de asistir o participar en ese tipo de actos académicos, por lo menos hagámoslos digeribles. Nunca se sabe, a lo mejor somos nosotros los que acabamos convirtiéndolos en algo provechoso… ok no, pero que al menos no sean tan aburridos.



[1] Cualquier editor medianamente competente les dirá que el adjetivo «interesante» no significa nada en este contexto. Si alguien nos dice que nuestro trabajo es interesante, nos está dando el avionazo.

[2] Ahora que lo pienso, ya no estoy seguro de que fuera colombiana.

[3] Que los pinches pagafantas sirvan de algo.

Tarde

Siempre llego tarde. Y no me refiero a cuestiones de puntualidad ─que eso da para su propia entrada─, sino a que siempre empiezo las cosas ...