sábado, 29 de mayo de 2010
martes, 11 de mayo de 2010
De méndigo a maestrito
En el capítulo anterior platicaba a uds. lo que pasé hace algunos años en cuanto a mi pasado de instrucción "formal". Y no digo que de educación porque eso significa otra cosa. Según mi maestro, educación...
Por lo que, con relación a lo anterior, de lo que yo hablaba cuando me referí a las calificaciones y demás, no me refería yo a la educación, sino al adoctrinamiento (y no girasoles, no es indoctrinación, ni indoctrinamiento, esas palabras no existen). En fin.
En mis años de militancia eclesial la cosa, aunque en unos aspectos no fue tan diferente, en otros sí se distinguía: durante los 10 años que estuve metido en esos desmadres siempre oscilé entre alumno e instructor (que no educador, eso nunca lo he sido), independientemente de la "sección" en la que laborara. Como ya ví que mi triste historia tiene pegue con ustedes (chismosos) éste será otro capítulo d'esos.
Como alguna vez conté, mi primer paso en ese mundito fue mi incursión como alumno de catecismo en un sistema de ciclos escolares que emulaba el de la SEP, con boletas, calificaciones y demás. Mi primera catequista, a diferencia de las viejas gordas chismosas con las que tuvieron que lidiar ustedes, fue una belleza como de 16 años (yo tenía 12) que se portaba a toda madre con nosotros. Y nosotros, como señal de agradecimiento, la hicimos llorar más de una vez por ser un soberano desmadre. Recuerdo que ahí sólo me concreté a aprenderme las oraciones básicas que todo católico se tiene que saber y que casi ninguno se sabe (y ni se burlen cabrones, aún me las sé y estoy segurísimo de que si les aplico un examen lo truenan).
En ese grupo duré sólo un par de meses. Poco tiempo después hice la famosa primera comunión. Y la hice el mismo día en que Darth Wojtila se largaba de México después de su segunda visita (curiosamente pasado mañana se cumplen 20 años de aquello).
Cuando creí que ya me iban a dejar en paz mis pinches padres con el asunto religioso me entero de que me la pelo, que tengo que tomar un curso llamado Los Perseverantes, que estaba pensado para que los chamacos perseveraran (duh) en el camino de la fe. Ahí la situación fue un poco distinta.
Un paréntesis: Una idea generalizada entre anticlericales es la de que en todas, sin excepción, las clases de catecismo, pastorales, cursos, pláticas, etc. etc. los malvados catequistas sólo se dedican a lavar cerebros y a indoctrinar (sic. que a ver qué dice de mí) niños para reclutarlos en las filas de la todopoderosa y maligna iglesia (otro sic.). Aunque no están del todo equivocados, sí incurren en una generalización abusiva al afirmar que toooodas son así.
Prosigo: En esos cursos ya no se trataba de que aprendiéramos oraciones. Hasta donde recuerdo se abordaban temas sobre la juventud, noviazgo y relacionadas (naturalmente desde el punto de vista xtiano-católico). En esa época conocí a la jefa de catequistas. Una joven como de 22 años que realmente me asustaba. Tenía dotes de mando y, sin gritar ni hacer pedo, se hacía obedecer. Ella pudo lo que ni en la escuela podían: aplacarme.
Esos cursos generalmente duran 3 años, aunque yo me aventé 4, nomás pa'que vean que hasta ahí repetía. El que recuerdo con más cariño fue el segundo, cuando estuve bajo el chicotito de esta jefa que les digo. Recuerdo que ahí ese miedo se convirtió en admiración y que, hasta la fecha, es de las pocas personas a las que respeto como creyentes. Incluso ella, cuando cursaba yo en tercer año (y con 14 de edad), me sugirió y casi ordenó que ya dejara de ser alumno y me volviera maestro. En ese entonces pudo más mi miedo a un grupo que el miedo a ella y decidí mejor aventarme otro cursito de alumno. Craso error. El curso que tomé con ella fue tan bueno que los que siguieron me resultaban mortalmente aburridos, por lo que antes de terminar el cuarto curso me acerqué a ella diciendo "¿Aún está en pie la oferta del grupo?" Ella se alegró y me dijo que estaría encantada de tenerme entre sus filas, pero que primero me chingaba y terminaba el último curso.
1994. Con 16 años me presento ante el cuerpo de catequistas como el más joven y (casi) el único hombre entre una manada de señoras gordas chismosas y ratas de sacristia. Esa imagen echó por tierra algunas de mis aspiraciones, pero seguí. Mi primer grupo de catecismo fue una jauría de bestias de 9 años:
Como para entonces yo ya tenía claro lo que no me gustaba de mis anteriores maestros decidí ser el "alivianado". Poniéndome a echar desmadre con ellos, burlarme con ellos (y de ellos a sus espaldas), dejándolos ponerse a jugar al final de nuestros temas. En fin, tooooodo lo contrario de lo que me decían que hiciera.
En muy poco tiempo y pese a ser el niño consentido me empecé a meter en broncas por mis ideas "liberales" y cada rato me cagoteaban, aunque con mi querida maestra de jefa era yo intocable. El pedo empezó cuando, al final de ese ciclo escolar, mi jefa renunció porque tuvo la brillante idea de parir una criatura. Me quedé sin protección y la nueva jefa, aunque era de las que me querían, poco podía hacer contra las otras viejas encabronadas. Cuando concluyó mi segundo año como profe me ví obligado a renunciarle.
Pero mis andanzas de enseñanza-aprendizaje no se quedaron ahí. Al mismo tiempo que yo desmadraba niños estaba yo en mis andanzas como "catequista" de una pequeña comunidad, que eran unos grupos de entre 10 y 15 miembros que pretendían emular, ya idealizadas, las comunidades apostólicas. A mí me embarcaron por mis andanzas de maestro de niños y alternaba mis clases con cursos sobre compartir, perseverar, comunidad, unidad grupal y un montón de pendejadas que venían impuestas de un sistema de evangelización medio mamón llamado SINE. El problema con ese esquema es que siempre se pretendió que se aplicara tal cual venía de origen, sin tomar en cuenta que las circunstancias eran diferentes en cada parroquia y en cada comunidad. Desde entonces soy reacio, desconfiado y culero con los modelos importados y sus promotores.
Entre 1995 y 1996 estuve metido en cuanta actividad parroquial pude. Además de lo anterior, también había ingresado como ayudante y aprendiz a los equipos litúrgicos, que me sirvieron como trinchera y refugio después de mi salida del catecismo para niños y que fue el grupo donde más tiempo duré. Ahí el aprendizaje fue más culero. No teníamos cursos formales, sino que dependíamos de los conocimientos de un viejo (para nosotros) exseminarista. En los otros cursos y modalidades, los trucos de enseñanza y temas aprendidos podían ser aplicados a mediano y largo plazo. Es decir, si hoy aprendo una técnica didáctica puedo aplicarla mañana o dentro de un año. En liturgia no. Ahí era: "Fíjate cómo se agarra esto. ¿Ya viste cómo? Ve y hazlo allá". Todo era improvisado y al momento. Poco a poco y después de ir aprendiendo a putazos pudimos armar una miniescuelita, donde todos enseñábamos a los que iban llegando, con algunas consecuencias tragicómicas.
Finalmente, en 1999, colaboré con un grupo salesiano destinado a lidiar con jóvenes. Fui presentado por un viejo amigo y llegué derechito como instructor de temas relacionados con la liturgia y algunas cuestiones teológicas. Ese grupo me gustaba mucho porque sus miembros eran bien desmadrosos y, aunque sus conocimientos eran reducidos, tenían una camaradería que en muy pocos lugares he visto. Renuncié cuando ví que, por más que quería, no encajaba. Y eso que me trataban a toda madre.
Como espero haber mostrado, dentro del entorno religioso no todo el adoctrinamiento es a base de rezos y culpa. También entra mucho del proceso didáctico y de verdadera educación. Yo nunca fui educador, es decir, nunca hice aflorar las potencialidades de nadie. Pero sí hubo quien hizo aflorar las mías y a ellos los recuerdo con aprecio y se los agradezco.
Queda de ustedes:
TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2010 E.C. - 11 E.E.
Actualización: Hablando de esos menesteres, y en lo que deciden si incluírlo o no, les muestro mi contribución al Diccionario del Absurdo:
... proviene de dos raíces latinas: e o ex, que significa ir hacia afuera, salir, y duc, duct, de donde [se] derivan pro-ducir, con-ducir, pro-ducto, via-ducto, acue-ducto... su dignificado original es hacer salir. Cuando se habla de escuela y maestros, se refiere a la labor de hacer aflorar las potencialidades de los educandos. Pero si una palabra se ha distorsionado en su significado es ésta...
Por lo que, con relación a lo anterior, de lo que yo hablaba cuando me referí a las calificaciones y demás, no me refería yo a la educación, sino al adoctrinamiento (y no girasoles, no es indoctrinación, ni indoctrinamiento, esas palabras no existen). En fin.
En mis años de militancia eclesial la cosa, aunque en unos aspectos no fue tan diferente, en otros sí se distinguía: durante los 10 años que estuve metido en esos desmadres siempre oscilé entre alumno e instructor (que no educador, eso nunca lo he sido), independientemente de la "sección" en la que laborara. Como ya ví que mi triste historia tiene pegue con ustedes (chismosos) éste será otro capítulo d'esos.
Como alguna vez conté, mi primer paso en ese mundito fue mi incursión como alumno de catecismo en un sistema de ciclos escolares que emulaba el de la SEP, con boletas, calificaciones y demás. Mi primera catequista, a diferencia de las viejas gordas chismosas con las que tuvieron que lidiar ustedes, fue una belleza como de 16 años (yo tenía 12) que se portaba a toda madre con nosotros. Y nosotros, como señal de agradecimiento, la hicimos llorar más de una vez por ser un soberano desmadre. Recuerdo que ahí sólo me concreté a aprenderme las oraciones básicas que todo católico se tiene que saber y que casi ninguno se sabe (y ni se burlen cabrones, aún me las sé y estoy segurísimo de que si les aplico un examen lo truenan).
En ese grupo duré sólo un par de meses. Poco tiempo después hice la famosa primera comunión. Y la hice el mismo día en que Darth Wojtila se largaba de México después de su segunda visita (curiosamente pasado mañana se cumplen 20 años de aquello).
Cuando creí que ya me iban a dejar en paz mis pinches padres con el asunto religioso me entero de que me la pelo, que tengo que tomar un curso llamado Los Perseverantes, que estaba pensado para que los chamacos perseveraran (duh) en el camino de la fe. Ahí la situación fue un poco distinta.
Un paréntesis: Una idea generalizada entre anticlericales es la de que en todas, sin excepción, las clases de catecismo, pastorales, cursos, pláticas, etc. etc. los malvados catequistas sólo se dedican a lavar cerebros y a indoctrinar (sic. que a ver qué dice de mí) niños para reclutarlos en las filas de la todopoderosa y maligna iglesia (otro sic.). Aunque no están del todo equivocados, sí incurren en una generalización abusiva al afirmar que toooodas son así.
Prosigo: En esos cursos ya no se trataba de que aprendiéramos oraciones. Hasta donde recuerdo se abordaban temas sobre la juventud, noviazgo y relacionadas (naturalmente desde el punto de vista xtiano-católico). En esa época conocí a la jefa de catequistas. Una joven como de 22 años que realmente me asustaba. Tenía dotes de mando y, sin gritar ni hacer pedo, se hacía obedecer. Ella pudo lo que ni en la escuela podían: aplacarme.
Esos cursos generalmente duran 3 años, aunque yo me aventé 4, nomás pa'que vean que hasta ahí repetía. El que recuerdo con más cariño fue el segundo, cuando estuve bajo el chicotito de esta jefa que les digo. Recuerdo que ahí ese miedo se convirtió en admiración y que, hasta la fecha, es de las pocas personas a las que respeto como creyentes. Incluso ella, cuando cursaba yo en tercer año (y con 14 de edad), me sugirió y casi ordenó que ya dejara de ser alumno y me volviera maestro. En ese entonces pudo más mi miedo a un grupo que el miedo a ella y decidí mejor aventarme otro cursito de alumno. Craso error. El curso que tomé con ella fue tan bueno que los que siguieron me resultaban mortalmente aburridos, por lo que antes de terminar el cuarto curso me acerqué a ella diciendo "¿Aún está en pie la oferta del grupo?" Ella se alegró y me dijo que estaría encantada de tenerme entre sus filas, pero que primero me chingaba y terminaba el último curso.
1994. Con 16 años me presento ante el cuerpo de catequistas como el más joven y (casi) el único hombre entre una manada de señoras gordas chismosas y ratas de sacristia. Esa imagen echó por tierra algunas de mis aspiraciones, pero seguí. Mi primer grupo de catecismo fue una jauría de bestias de 9 años:
Como para entonces yo ya tenía claro lo que no me gustaba de mis anteriores maestros decidí ser el "alivianado". Poniéndome a echar desmadre con ellos, burlarme con ellos (y de ellos a sus espaldas), dejándolos ponerse a jugar al final de nuestros temas. En fin, tooooodo lo contrario de lo que me decían que hiciera.
En muy poco tiempo y pese a ser el niño consentido me empecé a meter en broncas por mis ideas "liberales" y cada rato me cagoteaban, aunque con mi querida maestra de jefa era yo intocable. El pedo empezó cuando, al final de ese ciclo escolar, mi jefa renunció porque tuvo la brillante idea de parir una criatura. Me quedé sin protección y la nueva jefa, aunque era de las que me querían, poco podía hacer contra las otras viejas encabronadas. Cuando concluyó mi segundo año como profe me ví obligado a renunciarle.
Pero mis andanzas de enseñanza-aprendizaje no se quedaron ahí. Al mismo tiempo que yo desmadraba niños estaba yo en mis andanzas como "catequista" de una pequeña comunidad, que eran unos grupos de entre 10 y 15 miembros que pretendían emular, ya idealizadas, las comunidades apostólicas. A mí me embarcaron por mis andanzas de maestro de niños y alternaba mis clases con cursos sobre compartir, perseverar, comunidad, unidad grupal y un montón de pendejadas que venían impuestas de un sistema de evangelización medio mamón llamado SINE. El problema con ese esquema es que siempre se pretendió que se aplicara tal cual venía de origen, sin tomar en cuenta que las circunstancias eran diferentes en cada parroquia y en cada comunidad. Desde entonces soy reacio, desconfiado y culero con los modelos importados y sus promotores.
Entre 1995 y 1996 estuve metido en cuanta actividad parroquial pude. Además de lo anterior, también había ingresado como ayudante y aprendiz a los equipos litúrgicos, que me sirvieron como trinchera y refugio después de mi salida del catecismo para niños y que fue el grupo donde más tiempo duré. Ahí el aprendizaje fue más culero. No teníamos cursos formales, sino que dependíamos de los conocimientos de un viejo (para nosotros) exseminarista. En los otros cursos y modalidades, los trucos de enseñanza y temas aprendidos podían ser aplicados a mediano y largo plazo. Es decir, si hoy aprendo una técnica didáctica puedo aplicarla mañana o dentro de un año. En liturgia no. Ahí era: "Fíjate cómo se agarra esto. ¿Ya viste cómo? Ve y hazlo allá". Todo era improvisado y al momento. Poco a poco y después de ir aprendiendo a putazos pudimos armar una miniescuelita, donde todos enseñábamos a los que iban llegando, con algunas consecuencias tragicómicas.
Finalmente, en 1999, colaboré con un grupo salesiano destinado a lidiar con jóvenes. Fui presentado por un viejo amigo y llegué derechito como instructor de temas relacionados con la liturgia y algunas cuestiones teológicas. Ese grupo me gustaba mucho porque sus miembros eran bien desmadrosos y, aunque sus conocimientos eran reducidos, tenían una camaradería que en muy pocos lugares he visto. Renuncié cuando ví que, por más que quería, no encajaba. Y eso que me trataban a toda madre.
Como espero haber mostrado, dentro del entorno religioso no todo el adoctrinamiento es a base de rezos y culpa. También entra mucho del proceso didáctico y de verdadera educación. Yo nunca fui educador, es decir, nunca hice aflorar las potencialidades de nadie. Pero sí hubo quien hizo aflorar las mías y a ellos los recuerdo con aprecio y se los agradezco.
Queda de ustedes:
TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2010 E.C. - 11 E.E.
Actualización: Hablando de esos menesteres, y en lo que deciden si incluírlo o no, les muestro mi contribución al Diccionario del Absurdo:
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