Pasado mañana empieza la celebración de la primera luna llena después del equinoccio de primavera, mejor conocido como Semana Santa y con ella viene la saturación en todos lados de escenas de la cruci-ficción y la pasión de Cristo ─aunque según san Mateo a Cristo le apasionaban las peleas de box─.
Ya lo demás, que si fue hijo de dios, que si a partir de entonces es otra era, que si los años se cuentan a partir de ahí, que si su puta madre envuelta en pasta hojaldre, ya es otro pedo y es cosa de sus seguidores. Como dije, no tengo ganas de abundar en ello.
En su lugar lo que haré será platicarles a ustedes cómo me iba a mí en esos días mientras fui un atolondrado liturgo. He de decir que, pese a todas mis opiniones y al hecho de que soy un ateo recalcitrante, aquellos fueron unos años muy felices y que aún recuerdo todo aquello con gusto, lo que me permite hurgar en el basurero de mis recuerdos con toda confianza. Lo que voy a platicar se repitió con algunos matices durante los años que duró mi servicio, por lo que todo lo que cuente puede corresponder a un año o a otro, pero la idea es la misma y todo comenzó en el tiempo en el que se dan los sucesos narrados en
esta entrada.
La Semana Santa comienza, como todos sabemos, con el
Domingo de Ramos. De acuerdo con los lineamientos litúrgicos y contrariamente a la creencia y a la religiosidad popular, la de este día es la única procesión obligatoria, por lo que siempre había que prepararla. Si hay o no viacrucis, procesión del silencio y demás vale madre, la buena es la del domingo. Pues nosotros, desde varios días antes y desde temprano empezábamos a cuchilear gente para que le entrara con billete y trabajo. He de decir que esa gente era entrona y le chingaba duro, además más nos valía porque, como dije alguna vez, no contábamos con el apoyo de la parroquia para ni madres. Nosotros mismos teníamos que financiar y aportar nuestra fuerza de trabajo para que todo quedara.
Llegado el día, algunos andábamos con nuestras mejores galas ─consistentes en camisa/blusa blanca y falda/pantalón negro─, mientras otros se tenían que chingar y enfundarse unas túnicas tan viejas que parecía que de verdad eran de aquellos tiempos. Caminábamos y cantábamos mientras repartíamos ramalazos con las palmas cantando loas al hijo de David ─para que a los 3 días le partieran la madre─, llegando como huevo de perro ─hasta atrás y llenos de tierra─ a la capilla a chingarnos todavía la misa. Como los encargados de la organización éramos pocos, por lo menos en los primeros años, todos teníamos que hacer de todo: algunos al acabar la procesión se quitaban la túnica para correr por los misales; otros aventábamos el micrófono para ir por el incienso, etcétera. Las jornadas son agotadoras y son una verdadera putiza, más el extra de que al principio todos nosotros éramos novatos que no sabían ni madres de lo que había que hacerse y tuvimos que aprender sobre la marcha...
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En realidad las foto corresponden al jueves, pero así llegábamos después de la procesión |
... y eso sólo el primer día de actividades.
El
Jueves Santo se celebran 2 cosas: la misa crismal, donde en la catedral se rompen la crisma los que tratan de entrar. También se le llama
Santo Crisma a los aceites que se usan durante todo el año para la extremaunción ─sería interesante saber si están hechos a base de agua y si son más baratos que los de la
sex shop─. Tales aceites son cada año bendecidos por el obispo, en este caso Onésimo Cepeda ─hijo de su puta madre─ y se reparten a los párrocos. Más tarde se celebra la misa de reserva del Santísimo Sacramento. Traducción: se consagran un chingo de hostias de un putazo para que alcancen para el viernes porque ese día no va a haber consagración.
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Nomás faltaba el chingo de hostias |
Para tal misa nosotros nos tardábamos más de un día decorando la capilla. En esa misma misa también se conmemora la ─dicen─ institución de la eucaristía y el lavatorio ─dicen─ de pies, sobre este último recuerdo una anécdota: habíamos conseguido a 12 chamacos para que la hicieran de apóstoles en la misa, pero de todos ellos nomás llegaron 2 y nos metieron en un pedote. Pues ahí me tienen buscando entre los güeyes que fueran llegando alguno que se animara. Poco a poco junté otros 9, pero faltaba uno. Ni modo, me chingué y me enfundé con la túnica. Cuando el diácono ─esa vez no hubo cura─ pasó a lavarme la pata ─que ya había pasado por un proceso de prelavado─, nomás sentí cómo el agua que llevaba estaba bien fría y que, por culpa de eso, estuve toda la puta noche con una reuma del carajo. Hasta la fecha, siempre que es jueves santo, me acuerdo de ese enfriamiento.
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La de buenas que ese año ya no me tocó estar ahí ¡Ay mi patita! |
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Procesión de Jueves Santo. En el extremo izquierdo mi ex |
Creo que es buen momento para decir que en todas las actividades que hubo siempre estuvo presente el negocio, que ni era de nosotros. Desde el domingo unos cabrones que iban de la parroquia andaban vendiendo veladoras y palmas para los ramalazos y el jueves vendían manzanilla y pan bendito, que nosotros nos tragábamos con café y te... de la misma manzanilla. La primera vez que participé en esa celebración, a mis tiernos 17 años, llegué, vi el puesto y grité: «mercaderes de la fe del pueblo». La gente se echó a reír y los puesteros me vieron feo. Debí verlo como un presagio.
Por si pensaban que con esa misa se acababan las actividades del jueves... pues no. Después seguía la vigilia, que consistía en estar toda la pinche noche en vela en conmemoración de la desvelada que se puso Jebús antes de que le echaran el guante. Para aguantar nos repartíamos por turnos para cuidar, mientras que los demás nos quedábamos echando desmadre en la sacristía en la compañía bendita del pan
idem, que sabía de poca madre, tomando en cuenta que todo el tiempo andábamos bien hambreados.
Al amanecer del
Viernes Santo, aquella decoración previa, la que nos había tomado más de un día montar, había chingado a su madre en menos de media hora. Había que dejar pelón el altar para lo que seguía:
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La foto esta bien pinche, pero la decoración se veía chingona |
El celebérrimo viacrucis, que es cuando ve uno a toda la bola de pendejos que nunca va a misa y que cree que con ir a asolearse un rato ya chingó. Y para nosotros era un verdadero viacrucis, puesto que nos la aventábamos de plano sin dormir y recorríamos todo el trayecto a pleno rayo de sol cantando al ritmo de ♪♫
Perdóóóóóóóón oh dios míoooooooo... ♫♪ y arreando ganado. Uno de mis amigos siempre decía cada año: «No mamen. Cada que cierro los ojos ya estoy soñando». A todos nos pasaba lo mismo.
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Estos pobres cabrones tuvieron que pasar de apóstoles... |
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... a soldados |
Por la tarde se efectuaba la
adoración de la cruz: una celebración en la que se conmemora la partida de madre que le pusieron a Jebús y que litúrgicamente era la única celebración obligatoria para ese día; seguido del
rosario de pésame y la
procesión del silencio, donde llevábamos velas y caminábamos sin hacer ruido, aunque nunca faltaban las voces de los chamacos echando desmadre con sus cartones para proteger sus velas cortados como calabaza de
halloween y las voces de las viejas chismosas. Una vez, para callar a todos un compañero llevo una grabadora en la que puso como música de fondo el requiem de Mozart, que dicho sea de paso siempre que lo oigo me recuerda a
Wolfgang Krauser.
Para el
Sábado Santo ya estábamos en franco piloto automático, pero faltaba la culminación de una semana de locura ─locura nuestra por andar ahí─:
La misa de Gloria, con la celebración de la misa, cohetes y desmadre, fue donde aprendí a dominar el incensario, conocimiento y habilidad que aún conservo ─nota mental: buscar algún lugar donde pueda cobrar por enseñar esas artes oscuras─. Como en los actos anteriores, este requería que, para que la misa empezara a las 8:00 pm, nosotros estuviéramos 12 horas antes preparando todo lo necesario.
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Tras bambalinas rifándose el físico los de atrás y los de adelante haciéndose pendejos, como en cualquier parte |
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Este güey de blanco había sido enviado a la capilla en calidad de oreja y tirano, calentándole la cabeza contra nosotros. Después de que nos conoció se hizo nuestro mero cuate |
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El ambiente festivo del sábado. La foto en realidad corresponde a una serenata a la Guadalupana un 12 de diciembre, pero es para que se entienda la idea de la fiesta |
He de decir que todo o que hice durante esos años ─de 1995 a 2000─ fue por convicción propia, renunciando muchas veces a cosas que deseaba en aras de cumplir con algo que yo consideraba importante, lo cual no me hace menos pendejo, sólo algo más honesto: viajes familiares y de trabajo, pedas alcoholescentes, convivencia con seres queridos fuera de ese ambiente, pero siempre me ganó lo rata de sacristía.
A casi 10 años de distancia recuerdo todas aquellas putizas con cariño, de la misma forma en la que acepto todas las pendejadas que he hecho, ya que sin ellas, aparte de que no habría Bizcocho de Montecristo como lo conocen, no habría tenido la preparación necesaria que en mi opinión requieren hasta los pinches ateos, muchos de los cuales nomás reniegan a lo güey y no conocen los procesos que implica el pensamiento religioso.
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Ya después de terminados todos los trabajos y posando muy a güevo. El Bizcocho está en la esq. superior izquierda |
Queda de ustedes:
TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2009 E.C. - 10 E.E.