martes, 31 de mayo de 2022

Haciéndole a la ponenciada

Cuando nos metemos de lleno en nuestra profesión, sin importar cuál sea, muy probablemente acabaremos metidos de cuando en cuando en algún acto académico: congreso, simposio, coloquio, mesa redonda, encuentro o cualquier otro nombre mamerto que se le ponga (en adelante diré congreso para referirme a cualquiera de estos actos, al cabo todos son iguales). En algunas ocasiones vamos como oyentes, ya sea porque algún tema llama nuestra atención, porque queremos escuchar a alguien en particular o porque nos obligan; en otras, nosotros somos los que estamos del otro lado de la mesa compartiendo nuestras pendejadas ante un público.

Quienes hemos hecho esto último ya sabemos cómo es: nos enteramos del congreso en cuestión, mandamos nuestra propuesta, ─a veces─ nos la aceptan, terminamos de elaborarla ─o de reciclarla─ y el mero día nos vamos a presentarla. No falla. Cuando somos participantes, a veces somos corteses y nos chutamos todo el congreso, sin importar si sólo es un día o media semana; en otras ocasiones tenemos poco tiempo o presupuesto ─o nos vale madre─ y sólo vamos el día que nos toca.

Acerca de los participantes en esos actos: nos quejamos mucho de lo aburridos o repetitivos que son muchos de los ponentes que escuchamos, pero seguimos sentados hasta que el que está en la mesa acaba de hacer ruido. Se podría pensar que, si tomamos conciencia de eso, no vamos a repetir esas mismas tendencias y podremos presentar algo decente para el oído.

Error.

Hacemos exactamente las mismas pendejadas. Somos la siguiente generación de viejitos aburridos que vamos a repetir los mismos formatos de charla que se han eternizado por décadas, mientras pensamos que nuestra ponencia es la más chingona del congreso; y somos los mismos que, cuando se acabe una participación de la que no entendimos un carajo, diremos que fue «un trabajo muy interesante»[1].

¿Cuáles son esas pendejadas?

Originalmente, esta nota iba a ser una especie de guía acerca de lo que no se debe hacer cuando uno habla en público, pero creo que sería menos presuntuoso y más honesto quedarme en decir de qué burradas he sido testigo, cómplice y partícipe. En un lapso de 19 años he sido asistente en muchos congresos, ponente en unos menos y evaluador de ponencias en un par de ellos; además, algunos de mis conocidos han recorrido un camino similar y constatarán que no miento, así que creo estar en buena compañía. Total, si vamos a seguir en ese camino y estas líneas sirven para hacer que sea menos tortuoso, pues a ver qué sale.

En primer lugar tenemos que lidiar con una verdad que será dolorosa para nuestro ego pero no por eso es menos contundente: ¡a nadie le importa nuestra ponencia! En serio, a nadie. Es una lectura en público, no nuestro examen profesional. En el momento en el que dejemos de hablar y nos aplaudan, todos nuestros oyentes habrán olvidado lo que escucharon ─si es que escucharon algo─. De los últimos congresos a los que he asistido sólo recuerdo a aquel sociólogo en Tlaxcala al que le escuché repetir las mismas sandeces que en años anteriores ─y ni siquiera recuerdo qué sandeces eran─, al mayista al que saqué de sus casillas en San Ángel y a la colombiana chichona[2] que se presentó en Michoacán. Y los que me recuerden sólo atinarán a decir que estaba medio loco y fui muy irritante, pero ni una palabra del contenido de mis ponencias. Tons vamoacalmarno y a bajarle un tanto a nuestras ínfulas.

Ojo, que el hecho de tomarlo con calma no equivale a presentar cualquier chingadera «al cabo que ni nos pelan» ─por si alguien lo está pensando─. Significa que es una oportunidad de mostrar, si no un trabajo innovador o revolucionario, por lo menos algo que logre que nuestros oyentes no se aburran con nuestra presentación como nosotros nos aburrimos con las de otros.

Ya aceptado ese hecho, podemos empezar por tomar conciencia del tiempo del que vamos a disponer para la presentación. Este factor es fundamental y de él se van a derivar todos los demás. En los terrenos en los que me muevo ─humanidades y ciencias sociales─, es común dar 15 o 20 minutos a cada participante para que eche su rollo ─a los magistrales les dan una hora o más, pero nosotros somos de la perrada─, así que tengan eso en cuenta a la hora de escribir y asegúrense de que el mensaje quede transmitido en ese tiempo. Pista: leer en voz alta y con una velocidad moderada un texto con tipografía Arial 12 y un interlineado de 1.5 toma aproximadamente dos minutos por cuartilla, así que disponen de un espacio de entre 7 y 10 cuartillas. Vale madres si los organizadores les pidieron el texto en otro formato o con otra extensión, aquí estamos hablando de lo que ustedes van a presentar al público y van a traer en la mano al momento de pasar a la mesa.

Por cierto, algunas guías sobre hablar en público dicen que no hay que leer porque eso hace que la gente se desconecte. Yo no estoy de acuerdo: a veces los temas exigen cierta información que uno no es capaz de recordar y es necesario leerla ─o de plano somos pendejos para hablar sin acordeón─. ¿La solución? Ensayar. Ya sea frente al espejo o frente a algún incondicional[3], hay que ensayar hasta lograr la velocidad y modulación necesarias para no desmayar al respetable. En última instancia, leer una ponencia es una actuación ante un público, así que hay que actuar bien.

Una vez que saben con cuánto tiempo cuentan, aprovéchenlo. A nadie le importa ─o, como dijera un compa, NOS VALE VERGA─ si su ponencia está sacada de su tesis, si le agradecen a su asesor por la guía o si llegaron al congreso gracias a la beca del Instituto Patrulla. Lo importante es brindar la información o el mensaje que se desea transmitir; ya las formalidades o los detalles se pueden tratar después. Es muy común ver que la primera mitad de la ponencia está llena de detalles hasta en lo más mínimo y, cuando les gana el tiempo, todos empiezan a hablar a la carrera o de plano se saltan diapositivas o páginas completas. Aunque en lo personal me da mucha risa lo nerviosos que se ponen cuando les hacen la seña de «te quedan cinco minutos», no hay necesidad, neta. No es válida la excusa de «me faltó tiempo»; no falta tiempo, sino que no sabemos distribuirlo, ques distinto.

Ya que menciono las diapositivas, éstas siguen siendo un buen apoyo visual cuando uno habla. Pero no seamos cabrones; no usemos colores chillones, ni combinaciones que jodan las retinas, ni las retaquemos de texto. Si nuestra presentación no deja que usemos imágenes y necesita texto, tampoco seamos hijoputas y nos pongamos a leerlo. Eso es una grosería, nuestros oyentes saben leer. Pista: si alguien del personal está a cargo del proyector, pueden pasarle una versión escrita de la ponencia en la que vengan marcados los momentos en los que se cambia la diapositiva; eso ahorrará tiempo y evitará el castroso «siguiente... siguiente...».

Es muy importante respetar el tiempo y no pasarnos del que nos asignan. Cuando alguien se tarda, retrasa todo: luego los demás tienen que ir a la carrera, las otras mesas empiezan tarde, se roba tiempo a las preguntas ─aunque esto no necesariamente es malo─ y, pa’cabar pronto, es odioso. Nota para los moderadores: hay que aprender a ser inflexibles en eso. Nada de «es que es el doctor y me dio pena decirle que ya», «es mi compa, por eso le di chance» o «espérenme, ya nada más esto». Ni madres: si se acaba el tiempo, le cortamos.

Y, hablando de las preguntas, en nuestras manos está acabar con ese cáncer llamado más que una pregunta, tengo un comentario. Es odioso y es mortal. Muchos «comentarios» llegan a durar más que las propias ponencias y normalmente quienes hacen eso son güeyes que van con muy mala leche a joder a los ponentes ─aunque a veces muchos lo merezcan─ o necesitan un poquito de atención porque nadie los pela. Si somos asistentes, no hagamos eso; si somos ponentes, no lo permitamos; si somos moderadores, saquemos a esos güeyes a patadas. El público lo agradecerá. Por lo pronto, aquí les muestro lo que viene siendo la diapositiva final que uso en mis presentaciones. El texto siempre es el mismo, lo que cambia es el fondo o la imagen (a veces es un gif), pero es para que se den una idea. Siéntanse libres de usarla.

Píquenle para agrandar

Dejo muchas cosas sin mencionar, como las chingaderas que hacen muchos organizadores cuando le cobran al ponente por participar o los que le condicionan al alumno una calificación o una firma. Ahorita la idea es clara: si no podemos o no queremos dejar de asistir o participar en ese tipo de actos académicos, por lo menos hagámoslos digeribles. Nunca se sabe, a lo mejor somos nosotros los que acabamos convirtiéndolos en algo provechoso… ok no, pero que al menos no sean tan aburridos.



[1] Cualquier editor medianamente competente les dirá que el adjetivo «interesante» no significa nada en este contexto. Si alguien nos dice que nuestro trabajo es interesante, nos está dando el avionazo.

[2] Ahora que lo pienso, ya no estoy seguro de que fuera colombiana.

[3] Que los pinches pagafantas sirvan de algo.

viernes, 6 de mayo de 2022

Un encuerado entre tantos

El 6 de mayo de 2007, el fotógrafo Spencer Tunick estuvo en México y tomó fotos a varios miles de loquitos dispuestos a encuerarse en el zócalo... y yo fui uno de esos loquitos. Hoy se cumplen 15 años de aquello y quiero compartirles un pequeño relato que escribí en ese momento. No lo había puesto antes porque fue un desmadre encontrarlo. Les doy un consejo: si llegan a participar en proyectos compartidos, tengan respaldo de sus textos, no sea que se peleen y a alguno de los colaboradores le dé un telele y se los borren.

El relato está sin corregir y sin editar, tal como lo escribí en aquella ocasión. Sólo puse algunas notas a pie para contexto. Iba a publicarla en redes sociales (de hecho, ésa fue la razón de querer rescatar esta entrada), pero decidí que el blog se mueva solito, sin inferencia externa. Así lo hice en su momento y así lo haré ahora.


¿De qué voy a hablar? Obvio: De mi experiencia en el encuere masivo de ayer en el Zócalo.

La noche anterior aún estaba en duda mi participación ya que es difícil para mí llegar a ese lugar a esa hora (vivo en Ecatepec y no tengo coche). Estaba poniéndome de acuerdo con mi hermana, que también estaba dispuesta a ir y le dije de esa duda.

- Va a estar cabrón llegar. -dije yo-.

- Tú no te apures.

- Orale pues. 

Ya levantados y bañados, a las 4:00 a.m. nos pusimos en marcha y tomamos un taxi desvalagado (que supongo acababa de dejar a algún borracho enfiestado). 

-"¿Va a haber desfile o algo?" (Aquí pensé: "Pendejo. Ni que no supieras".)

- No. Es una "exposición". -terció mi hermana- 

Ya con nuestra conversación fue que el ruletero se animó a preguntar entre risas:

 - ¿Van a la foto?

 Eran 4:30 en punto y apenas íbamos en Cirucuito Interior y Eje 2 Norte[1]. Evidentemente estaba desesperado, ya que yo nunca llego tarde a una cita y he perdido amistades por impuntuales... pero me tuve que resignar. Cuando, 10 min. después, llegamos a Avenida Juárez, me alegré de ser jodido y no tener carro... parecía viernes a las 2:00 p.m., con gente y todo.

 Entramos por Madero y un poco más adelante la fila daba la vuelta a una calle y se juntaba con la fila que estaba en 16 de Septiembre. Mañosamente y como buena mexicana, mi hermana se infiltró en dicha fila, en la que no duramos mucho ya que nos encontramos a unos amigos de ella y pudimos adelantarnos otro poco, justo enfrente de un grupillo de güeritos desmadrosos y bien pedos, a los que (luego supe) no les permitieron entrar.

Ya pasando el acceso, mi hermana y yo nos perdimos de vista (prefirió encuerarse frente a sus amigos que frente a mí... ah complejos) y ya por separado empezamos a oir las indicaciones de Tunick: donde dejar la ropa, cómo colocarse, etc.; algo que me dió risa fue cuando dijo: "Si no saben qué hacer fíjense en el de adelante".

Cuando dieron la voz me empeloté en chinga y comprobé que no hacía tanto frío como esperaba, el aire fresco se sentía chingón. En un tema anterior comenté que seguramente iba a pasar el "efecto balneario"[2]... y no me equivoqué. Hasta donde ví Nadie anduvo de mirón ni de morboso. En ese momento valieron madre, junto con la ropa, todos los prejuicios, deseos lujuriosos y hasta los ascos que cualquier día pudiera provocarnos alguna gorda o algún anciano arrugado; todos íbamos a lo mismo y estábamos listos para hacerlo.

Quería ponerme en primera fila pero no se pudo, ya me habían madrugado, así que empecé a recorrerme hasta que me tocó junto a una chica bellísima y atrás de un wey con pinta de microbusero y a un lado de ese reloj de sol gigante que adornan de colores y que algunos llaman asta bandera. Quienquiera que haya sido le atinó al no permitir que el trapote ese (que algunos llaman bandera y que, dicen, representa a los mexicanos) saliera en las fotos le atinó, las hubieran madreado.

Después de un chingo de rato de batallar con el sonido (hasta donde yo estaba no se oía) y con los weyes clasícos que no hacían caso y después de que increpé a uno que, desoyendo las indicaciones que de por sí no se oían, llevaba una cámara[3], se dio la primera toma, luego una segunda en la que nos pusieron, cuales viles niños de primaria aborregados, a "saludar" ¿A quién? no sé.

Toma en posición "B". El momento de acostarnos fue otra peripecia. Aunque el suelo no estaba tan frío como uno pudiera pensar, la bronca fue acomodarnos. y de nuevo, los mamones simpáticos retrasando la toma. Sólo opté por decir en voz alta: "Ahí me despiertan". A los que estaban a mi alrededor les dio risa, no sé por qué.

Posición "C". En posición fetal con la cabeza apuntando a la Catedral (yo quería que fuera al revés para darle a Norberto nuestra mejor cara), fue la que más tardó porque no se ponían de acuerdo, y era incomodísima, además había hormigas, sin mencionar que nadiq quería levantar la mirada porque le iba a tocar un espectáculo medio gacho, sobre todo si les tocaba algún wey con el culo peludo (que no fue mi caso, pero sí de quien estaba atrás de mí jua jua).

Toma sorpresa. En marcha a 20 de noviembre. Empiezan las consignas y yo me doblaba de risa. Esa de "voto por voto"[4] me tocó muy cerca y nosotros empezamos la de "Norberto-Rivera-el pueblo se te encuera". Lo que ya no me gustó fue cuando empezaron con la de "Spencer-hermano-ya eres mexicano" no mamen, tampoco es pa' tanto. La toma me tocó parado en la carretera en pleno cruce. De nuevo como niños de primaria, a tomar distancias y levantar las manos de espaldas al asta. "La izquierda... la derecha... las dos... dedo indide... pinten cremas... "

Todo en son de cordialidad que yo jamás hubiera esperado. A los hombres nos agradecieron nuestra participación mientras que a las mujeres las agarraron para un par de tomas más. Después de eso (y de unas viejas que estaban chingue y chingue con que desalojáramos) las mujeres llegaron entre aplausos, se vistieron, me reuní con mi hermana y nos fuimos de ahí.

¿Algún otro que haya ido?


Y ahora los dejo con lo que todos queríamos ver: ¡escenas de desnudos!

Ésta es la posición C

Ésta fue una toma extra


Aquí pueden ver algunas de las fotos tomadas en ese momento. Dense un quemón. 

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC─23 EE.




[1] Quise decir avenida Central y Eje 2. El eje y el circuito se juntan pero no ahí.

[2] Así le decía yo a cuando deja uno de ver con morbo los cuerpos, que es lo que suele ocurrir en un balneario. Dejar de sexualizar, dirían hoy.

[3] Ya nos íbamos a agarrar a madrazos, pero otros también le gritaron y mejor la dejó.

[4] Ya había pasado casi un año desde la elección presidencial de 2006, pero la consigna aún estaba muy fuerte.

jueves, 5 de mayo de 2022

Historiaduermes

Esta entrada la escribí en algún momento de 2016 como respuesta a una publicación en féisbuc que me irritó bastante. De ésta no voy a dejar la escritura original porque sí se presta para el formato bloguero. así que ésta sí la recompongo:

La publicación se puede ver aquí. Y si para cuando le piquen ya no se ve no se apuren, las imágenes están guardadas.

Consta de varias imágenes que tienen por intención aclarar algo de lo que hace el historiador, pensando en esa gente que, como no sabe lo que uno hace, pregunta pendejadas. Sí, muchas veces las preguntas son irritantes; y sí, es cansado andar aclarando qué hace uno que estudió historia. La bronca es que las respuestas son aun más pendejas que las preguntas que les dieron origen. Parece que las imágenes las hizo alguien que, o aún no termina la licenciatura, o aún tiene idealizada la profesión ─y que además tiene muy mala redacción─ y todavía le quedan ganas de mamonear.

Varias de ellas sí necesitan una respuesta más amplia, tanto que, lo que originalmente iba a ser un comentario en mi muro, se convirtió en una nota completa y ahora en una entrada:




Pos sí. Se puede uno morir de hambre con cualquier profesión: abogado, médico, diseñador gráfico o la que se les ocurra. Para ser francos, ¿cuántos de los que estudiaron historia trabajan en alguna área que involucre la profesión ─museografía, docencia, investigación─? Y de los que trabajan en algo de eso, ¿cuántos viven sólo de eso? En mi caso sólo viví de eso cuando trabajaba escribiendo artículos de divulgación para cierta dependencia gubernamental. El resto del tiempo he tenido que aprender otras habilidades para ganar dinero. Es más: cuando le entro a algo relacionado con la historia ─entrevistas en radio o congresos─ hasta acabo poniendo de mi bolsa. Este punto remata con algo bien lindo: «Se mueren de hambre los flojos». ¡HUE-VOS! En todos lados se ve gente huevona como su chingada madre ─que ha de ser bien huevona─ que jamás pasará privaciones; y gente que se mata trabajando y apenas sobrelleva sus gastos.


«¿El historiador tiene cara de guía turística?». ¿Y cuál es la bronca? ¿Ser guía de turistas es demasiado bajo para quien hizo esta lista? No se vaya a asolear. Si no recuerdo mal, la historia sirve también para eso y cuenta como labor de divulgación. Desde hace unos años yo ando persiguiendo una certificación que expide la Secretaría de Turismo para ser guía acreditado, nomás que cuesta una buena lana.


«¿Y estudiar historia no es muy aburrido?». ¡Claro que es aburrido! Es una madriza y una monserga andar en bibliotecas, archivos ─físicos o digitales─ o hemerotecas; es fastidioso e irritante soportar profesores pelmazos; es engorroso preparar exámenes o trabajos finales y es frustrante cuando los profesores ponen calificaciones que no crees merecer. ¿O qué, ya se les olvidó? A mí no. El único que no se aburría con los temas históricos era Indiana Jones y ni historiador era. Y el esnobismo: «Es más aburrido ver el programa dominguero de las 8pm [sic]». Pfffff. Mamador.


«Tal vez tú consumas esas publicaciones o canales [Muy Interesante o History Channel], pero seguramente no son del gusto de los demás». Pffffffffffff. Sí, esas publicaciones son una mierda, pero ésa es precisamente una oportunidad de explicar a otros lo que es nuestra profesión, en lugar de salir con la mamonería propia de los que ejercen el oficio.


«¿Y qué hace un historiador?» No se te vaya a acabar la saliva por explicar, idiota. Es una pregunta legítima, carajo. Los demás no están obligados a saber qué chingaos hacemos ─a veces ni nosotros sabemos─.


«“¿Benito Juárez fue un héroe de la Revolución Mexicana?” Si Cristian Castro lo dice ¿tú lo repites?» En primera, si te vas a burlar, apréndete el chiste: lo que Cristian dijo de Juárez es que si era héroe de la independencia, no de la revolución ─y ya planteado así, sin saberlo, tuvo razón. ¿Por qué? ¿No sabes?─. Y otra vez: preguntas como ésa son válidas.


«¡Ah! Estudias historia, o sea ¿eres profesor?». Es el mismo caso que el de guía de turistas. Ha de creer que baja de categoría.

De las otras imágenes no vale la pena ocuparse porque ya son derivaciones. El meollo de todo esto es: uno que se ha dedicado a estudiar historia se topa con preguntas muy pendejas y es válido quejarse y burlarse de eso. Pero carajo, si se va uno a burlar, que no se note la ignorancia y menos el esnobismo, que de eso ya hay mucho en el gremio.

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC—23 EE.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Misticismo academico

Como dije antes, calmé mis ansias de escritura con las notas de féisbuc. Era una herramienta que se dejaba querer, aunque tampoco es que ofreciera mucho. Esa herramienta ya no existe y buscar las notas es un desmadre, así que mejor las recuperé y las traje para acá. Las voy a poner en el orden que se me ocurra. Si acaso pondré la fecha de la publicación original o alguna aclaración sobre el contexto en el que la publiqué.

Misticismo académico

Una práctica común de las sociedades de cualquier lugar o época ha consistido en prohibir ─o por lo menos desaprobar─ el uso de ciertas prácticas o ciertas palabras fuera de los tiempos y lugares sagrados. Alegan que ese veto se hace con el fin de evitar la profanación, es decir, la trivialización y la pérdida del carácter sagrado de ese conocimiento. De esta forma los rituales, los rezos, las invocaciones y las interpretaciones dejaron de ser de uso común y pasaron a ser de uso exclusivo de un solo grupo ─o varios, cuando se trataba de más de una forma de culto─, dedicado enteramente a los menesteres propios de la adoración y la liturgia: el grupo sacerdotal. En otras palabras, ese conocimiento se volvió sólo para iniciados.

El ambiente religioso no es el único en el que se encuentra este fenómeno: las instituciones académicas en general son prolíficas en prácticas, ideas, datos y conocimientos considerados exclusivos, lo que otorga a los institutos ─depositarios de esos conocimientos─ un halo de poder, y reservan el acceso sólo para quienes ingresan a sus filas.

Hace un año escuché un seminario acerca de algunos pormenores en el estudio del fenómeno religioso ─tema que en ese momento yo tenía olvidado─ y me tocó oír una perlita por parte de uno de esos gloriosos académicos ─profesor de alguien que conozco─, que me recordó lo que les comento líneas arriba. La perlita es ésta:

Siempre tengan cuidado: cuando un concepto se vuelve mediático es que ya se ha devaluado. Cuando ustedes escuchen a un periodista decir un concepto, el día en que un periodista, y por televisión o por radio, te diga que “el hábitus no sé qué” [nota mía: hábitus es un concepto bastante estúpido, ni pregunten], es que ya valió gorro, ya no sirve para nada, se hizo de sentido común […] sale de un lugar muy sólido, después se convierte en un concepto maletín.

Dicho de otro modo: «sólo nosotros los académicos, los que hemos hecho muchos posgrados y nos juntamos aquí, tenemos derecho a decir esas cosas. La plebe no, ellos no saben».

Y lo primero que pienso cuando me topo con esta actitud es: «¿Qué pedo?». En serio, ¿qué pedo con estos cuates y sus ínfulas? Parte de mi formación y desempeño profesional se ha desarrollado en el ámbito de la divulgación, dedicando tiempo ─pagado o no─ a hacer textos destinados a la lectura del gran público ─ni los leían, pero eso ya es otro tema─. Por lo mismo me resulta increíble que haya gente con tal celo en lo que a compartir la información se refiere. Es más, cuando deciden escribir sobre sus temas, muchos usan un lenguaje lleno de términos como concomitancias, modernidad, complejización, funcionalización, transnacionalización, territorialización ─y el que lo desterritorializare, buen desterritorializador será─ y otros que, además de que resultan ajenos para mí y mi formación, vuelven sus textos una jerigonza inmamable.

En ese tenor, se me ocurren dos posturas extremas acerca de esta actitud: la primera es la de la apertura, abrir un congreso al público en general con temas de cultura popular; la otra es la clásica del académico, que se reúne prácticamente a puerta cerrada con gente que ─dice que─ habla el mismo idioma.

El primer caso lo ilustra un coloquio sobre lucha libre realizado en la UNAM hace medio año. El segundo caso lo ilustra un coloquio, también hecho en la UNAM, sobre Pierre Bourdieu ─uno de esos autores incomprensibles que maman muchos de esos estudiosos─. Ambos se llevaron a cabo en las mismas fechas, con un mes de diferencia.

En el primer caso hubo presentaciones teóricas, pero siempre sin pretensiones. Sólo se trataba de compartir y echar desmadre ─y estaba el maestro Solar, que hasta soltó la lagrimita─, además se llenó de fans de las luchas ─entre los que me cuento, si a alguno de mis lectores no le gustan, no tenemos mucho de qué hablar─. El segundo, si bien estuvo concurrido, sigue dando la impresión de ser un grupo de perros que se huelen las colas entre sí, con grandes teorías y presentaciones bellamente elaboradas... que a nadie le importan porque no salen de sus caparazones... y porque, volviendo al principio, se encabronan si alguien fuera de sus bienamados círculos se atreve a usar sus conceptos.

Por mi parte ─bueno, por mis dedOHQUELA─, como corrector, exdivulgador y enemigo del lenguaje complicado y del celo sacerdotal ─de cualquier tipo─, siempre estaré del lado de que la gente sepa. Siempre será preferible que el gran público profane los sacros términos académicos, lo cual será señal de que al menos los conocen o los han oído. De otro modo, se conservará lo sacro como se conservan los tesoros sacerdotales egipcios o los cálices y capas pluviales decimonónicos: como piezas de museo

Queda de ustedes:

TORK: Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC—23 EE. 

martes, 3 de mayo de 2022

¿Y qué te has hecho?

¿Les ha pasado que se encuentran a un compa después de muchos años y quieren contarle toda su vida desde la última vez que se vieron? Así ando yo ahorita. Tengo el impulso de contar todo lo que ha pasado en los últimos nueve años.

Escribir en un blog es algo muy diferente a escribir en alguna red social. Cuando publicamos algo en tuíter o en féisbuc pensamos en los seguidores y en los contactos, en los favs y en los laiks (y en la censura, pero eso es otra cosa). Para bien o para mal, esperamos una reacción.

Acá no. Aquí escribimos para el blog y para nosotros (a veces en ese orden), sin pensar en la existencia de los lectores. Aquí no importan las reacciones, no hay corazones y –casi– no hay comentarios. Aquí nos inhibimos menos porque básicamente el blog es nuestro compa y le platicamos todo, aunque ya lo hayamos escrito en otro lado.

¿Saben cuándo me cayó el veinte de que había gente que leía lo que aquí se pone? Cuando fue la segunda marcha atea. Esa vez muchos ─de los que fueron─ me dijeron que se habían enterado por mí y que leían mis cosas. Pero la sensación no se quita. Uno sigue escribiendo para sus adentros

No hay prisa. 

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC─23 EE.

lunes, 2 de mayo de 2022

Mientras decido

De agosto de 2007 a octubre de 2013 llevé este blog personal. Aquí puse todo lo que se me ocurrió por la simple razón de que se quise hacerlo.

Según blogger, publiqué 208 entradas[1]. Casi todas eran mías y una que otra fue copia de algún otro lado con alguna intención, como la entrada anterior a ésta.

Me inspiré en muchos que estaban haciendo lo mismo en ese tiempo y gracias a eso interactué con varios de ellos y conocí a otros, algunos de los cuales son mis contactos hasta este momento; participé en algunos proyectos colaborativos, que era una práctica que estaba muy de moda en la primera década de este siglo; naturalmente también perdí contacto con otras personas, pero así está la cosa.

Los proyectos se fueron acabando y dejé de escribir porque ya no tenía necesidad[2] de hacerlo. Ya estaban las redes sociales y lo que antes eran textos extensos ya podían resumirse en un tuit o en una notita en féisbuc.

El problema (y sí es un problema) es que esa necesidad de escribir regresó desde hace tiempo. Los años pasan, el mundo gira, la gente se muere (de verdad o nomás para nosotros) y sigo con la necesidad de poner algunas de esas cosas por escrito.

Hasta hace poco la herramienta de notas de féisbuc era suficiente, pero la quitaron y ya no supe qué hacer. Algunos me sugirieron usar médium o abrir otro blog o página, pero no me convence eso. En primera, aquí empecé y me parece lo correcto seguir aquí; en segunda, muchos de los textos que he puesto en féisbuc y en otros lados son versiones reescritas de textos publicados originalmente aquí.

Obviamente los temas de los que escribiré ya no serán los que antes eran. Ya pasaron nueve años y mis intereses son otros. Peeeeeeeeeero por lo visto el tono será muy parecido. Aunque muchas cosas han cambiado, sigo siendo yo y hay cosas que no cambian; además, mientras escribo esto siento la misma sensación que hace 15 años, la que me impulsaba a escribir mentadas.

La plantilla será diferente porque la jodí mientras me familiarizaba de nuevo con el entorno y no guardé una copia de seguridad. Así que no les caiga de raro si un día entran y ven una plantilla negra, y otro día encuentran una plantilla rosa. Voy a jugar con el entorno hasta que encuentre un aspecto que me satisfaga.

Por lo pronto no diré que he vuelto porque eso suena muy mamón. Sólo diré que aquí ando.

Queda de ustedes:

TORK. Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC─23 EE.



[1] Chale. Se me hacen pocas.

[2] Nótese que hablo de necesidad y no de deseo o gusto. No me gusta escribir pero es la mejor forma de desahogarme que conozco. Cuando ya no la tenga ya no escribiré

Tarde

Siempre llego tarde. Y no me refiero a cuestiones de puntualidad ─que eso da para su propia entrada─, sino a que siempre empiezo las cosas ...