miércoles, 4 de mayo de 2022

Misticismo academico

Como dije antes, calmé mis ansias de escritura con las notas de féisbuc. Era una herramienta que se dejaba querer, aunque tampoco es que ofreciera mucho. Esa herramienta ya no existe y buscar las notas es un desmadre, así que mejor las recuperé y las traje para acá. Las voy a poner en el orden que se me ocurra. Si acaso pondré la fecha de la publicación original o alguna aclaración sobre el contexto en el que la publiqué.

Misticismo académico

Una práctica común de las sociedades de cualquier lugar o época ha consistido en prohibir ─o por lo menos desaprobar─ el uso de ciertas prácticas o ciertas palabras fuera de los tiempos y lugares sagrados. Alegan que ese veto se hace con el fin de evitar la profanación, es decir, la trivialización y la pérdida del carácter sagrado de ese conocimiento. De esta forma los rituales, los rezos, las invocaciones y las interpretaciones dejaron de ser de uso común y pasaron a ser de uso exclusivo de un solo grupo ─o varios, cuando se trataba de más de una forma de culto─, dedicado enteramente a los menesteres propios de la adoración y la liturgia: el grupo sacerdotal. En otras palabras, ese conocimiento se volvió sólo para iniciados.

El ambiente religioso no es el único en el que se encuentra este fenómeno: las instituciones académicas en general son prolíficas en prácticas, ideas, datos y conocimientos considerados exclusivos, lo que otorga a los institutos ─depositarios de esos conocimientos─ un halo de poder, y reservan el acceso sólo para quienes ingresan a sus filas.

Hace un año escuché un seminario acerca de algunos pormenores en el estudio del fenómeno religioso ─tema que en ese momento yo tenía olvidado─ y me tocó oír una perlita por parte de uno de esos gloriosos académicos ─profesor de alguien que conozco─, que me recordó lo que les comento líneas arriba. La perlita es ésta:

Siempre tengan cuidado: cuando un concepto se vuelve mediático es que ya se ha devaluado. Cuando ustedes escuchen a un periodista decir un concepto, el día en que un periodista, y por televisión o por radio, te diga que “el hábitus no sé qué” [nota mía: hábitus es un concepto bastante estúpido, ni pregunten], es que ya valió gorro, ya no sirve para nada, se hizo de sentido común […] sale de un lugar muy sólido, después se convierte en un concepto maletín.

Dicho de otro modo: «sólo nosotros los académicos, los que hemos hecho muchos posgrados y nos juntamos aquí, tenemos derecho a decir esas cosas. La plebe no, ellos no saben».

Y lo primero que pienso cuando me topo con esta actitud es: «¿Qué pedo?». En serio, ¿qué pedo con estos cuates y sus ínfulas? Parte de mi formación y desempeño profesional se ha desarrollado en el ámbito de la divulgación, dedicando tiempo ─pagado o no─ a hacer textos destinados a la lectura del gran público ─ni los leían, pero eso ya es otro tema─. Por lo mismo me resulta increíble que haya gente con tal celo en lo que a compartir la información se refiere. Es más, cuando deciden escribir sobre sus temas, muchos usan un lenguaje lleno de términos como concomitancias, modernidad, complejización, funcionalización, transnacionalización, territorialización ─y el que lo desterritorializare, buen desterritorializador será─ y otros que, además de que resultan ajenos para mí y mi formación, vuelven sus textos una jerigonza inmamable.

En ese tenor, se me ocurren dos posturas extremas acerca de esta actitud: la primera es la de la apertura, abrir un congreso al público en general con temas de cultura popular; la otra es la clásica del académico, que se reúne prácticamente a puerta cerrada con gente que ─dice que─ habla el mismo idioma.

El primer caso lo ilustra un coloquio sobre lucha libre realizado en la UNAM hace medio año. El segundo caso lo ilustra un coloquio, también hecho en la UNAM, sobre Pierre Bourdieu ─uno de esos autores incomprensibles que maman muchos de esos estudiosos─. Ambos se llevaron a cabo en las mismas fechas, con un mes de diferencia.

En el primer caso hubo presentaciones teóricas, pero siempre sin pretensiones. Sólo se trataba de compartir y echar desmadre ─y estaba el maestro Solar, que hasta soltó la lagrimita─, además se llenó de fans de las luchas ─entre los que me cuento, si a alguno de mis lectores no le gustan, no tenemos mucho de qué hablar─. El segundo, si bien estuvo concurrido, sigue dando la impresión de ser un grupo de perros que se huelen las colas entre sí, con grandes teorías y presentaciones bellamente elaboradas... que a nadie le importan porque no salen de sus caparazones... y porque, volviendo al principio, se encabronan si alguien fuera de sus bienamados círculos se atreve a usar sus conceptos.

Por mi parte ─bueno, por mis dedOHQUELA─, como corrector, exdivulgador y enemigo del lenguaje complicado y del celo sacerdotal ─de cualquier tipo─, siempre estaré del lado de que la gente sepa. Siempre será preferible que el gran público profane los sacros términos académicos, lo cual será señal de que al menos los conocen o los han oído. De otro modo, se conservará lo sacro como se conservan los tesoros sacerdotales egipcios o los cálices y capas pluviales decimonónicos: como piezas de museo

Queda de ustedes:

TORK: Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC—23 EE. 

Tarde

Siempre llego tarde. Y no me refiero a cuestiones de puntualidad ─que eso da para su propia entrada─, sino a que siempre empiezo las cosas ...