Siempre llego tarde.
Y no me refiero a cuestiones de puntualidad ─que eso da para su
propia entrada─, sino a que siempre empiezo las cosas a una edad más tardía que
la que normalmente se acostumbra. Dicho en cristiano, lo que uno empieza en su
infancia o en su adolescencia yo lo he empiezo ya de adulto. Voy a poner tres
ejemplos:
— Normalmente uno entra a estudiar una licenciatura a los 17, 18 o ─cuando mucho─ 19 años. Yo entre primero a los 21 ─cuando entré a estudiar
ingeniería civil─ y después a los 25 ─cuando empecé a estudiar historia─.
— Aprendí a manejar ─o a conducir auto, pues─ después de los 40,
cuando normalmente uno aprende de adolescente o de muy joven.
— La tercera requiere una plática más amplia. Ahí va:
Durante toda la existencia de este blog yo hablaba de una pareja que
tenía su propio espacio ─que no tiene mucho caso mencionar─, hicimos proyectos
colaborativos y compartimos muchas cosas. Para 2017 esa relación ya estaba muy
mal, al grado de que terminamos en noviembre de ese año después de casi 13 años
juntos ─terminamos un día antes del decimotercer aniversario─. Un mes antes
de eso fui a comprar garnachas cerca de mi casa, sana costumbre que mantengo
hasta el día de hoy. Mientras esperaba que me despacharan vi que en una de las
casas cercanas había una manta nueva que anunciaba un gimnasio de box y me dio
curiosidad.
Era una planta alta. |
Creo que nunca lo he contado aquí, pero lo he platicado en redes sociales y todos los que me conocen lo saben: a mí me gusta mucho el boxeo, desde niño; soy un cliché andante porque me hice fan después de ver Rocky IV, aparte era muy fan de un videojuego llamado Final Round.
El pedo es que siempre fui muy inseguro como para practicarlo. No
porque tuviera miedo de que me lastimaran, sino porque sentía que iba a ser
malo para eso ─ya saben, esa idea de que tienes que ser el mejor en cualquier
cosa que comiences─. Siempre puse de pretexto que mis papás no me daban permiso
y ya con eso me justificaba ─y de veras no me dejaban, pero una nimiedad como
ésa nunca me ha detenido de hacer pendejadas─. pero la verdad es que nunca me
sentí capaz de practicar ese deporte y entonces nunca me animé. A lo más que
llegué es que en las fiestas del féstivus mis amigos y yo nos aventamos tiros
así, pero de a minutito y acabábamos sin bofe… y yo además me tenía que llevar
las malas caras y reclamos de mi pareja por «arriesgarme».
Dense un quemón. |
Volviendo al anuncio: entré a preguntar costos y a ver cómo estaba
el asunto, qué necesitaba y demás; me explicaron muy bien, me dieron los
horarios y decidí regresar esa noche a la clase de 8:00 p. m. Esa primera clase
fue brutal, al grado de que cuando salí dije «¡Chinguen a su madre, no regreso!»…
bueno, lo dije para mis adentros; ya después se los platiqué y les dio mucha
risa.
Nótese mi esfuerzo. De verdad la foto es de ese día. |
Pero sí regresé.
Seguí entrenando, mejoré mis movimientos y hasta adelgacé. Llegó
un momento en el que hice lo que para mí era impensable: subirme a un ring a
echar madrazos ─amateur, obvio─. Nunca pensé que me iba a subir; yo iba porque
andaba mal con mi pareja, necesitaba olvidarme de eso y quería hacer un poco de
ejercicio. No es la primera vez que recurro al ejercicio para olvidar un fracaso
amoroso ─así soy de pendejo─, pero que voy resultando bueno. En algunas me fue
bien, en otras me ganaron. Así pasa.
Estuve en este gimnasio un poco menos de año y medio, hasta que cerró. Pero no me dejaron morir solo: me presentaron con otro instructor, pariente de un ex campeón mundial ─y orita van a ver por qué no digo quién─, con el que seguí entrenando otros dos años y medio. Ahí me disparé: obtuve mi mejor condición física y mi calidad como boxeador creció ─aunque en la primera pelea con ellos me dejaron inconsciente en el primer round─.
Mi entrenador se volvió un buen amigo
mío y me ayudó en lo que pudo; fuimos muy cercanos, incluso en plena pandemia nos
las arreglábamos para que él pudiera seguir trabajando y yo lo apoyé en lo que
pude ─«no debieron, los contagios», ñeñeñeñeñe─. El problema vino cuando él tuvo
una serie de dificultades personales que no voy a detallar aquí porque eso es
bronca de él, pero que hacía que descuidara su negocio y que cada que me viera
siempre me pidiera dinero. Al principio le ayudé, pero me harté.
Otro problema fue que vi cosas con las que no estoy de acuerdo: en
algún momento me dijeron que podía ganar dinero peleando. Para empezar, eso es
difícil; aparte, uno se asombra con los sueldos que reciben los campeones, pero
eso está muy lejos de lo que podría recibir un pequeño peleador. La cuestión es
que conocí una maña que existe, que le aplican a muchos boxeadores y de otros
deportes (como en el muay thay) y que no me gusta nada: que te paguen con
boletos. Explico: uno está acostumbrado a que el deporte es amateur (sin
cobrar) o profesional (cobrando); en esta modalidad le dan a cada peleador una
cierta cantidad de boletos para la función; la cantidad depende de lo que
acuerde con el promotor. Entonces el peleador adquiere el compromiso de venderlos
para que de ahí se le pague. En otras palabras, aparte de preocuparse por
pelear, tiene que preocuparse por vender boletos para ganar dinero. Simplemente
no me parece ético, pinches promotores. Sólo una vez me lo propusieron y me
negué de inmediato ─y creo que les dejé tirada una pelea ya con la publicidad
impresa, pero nunca quise saber─.
A partir de ahí empezó a decaer mi interés en seguir. Para no
hacerla cansada, ya ni fui. Lo peor es que ni siquiera nos peleamos, no fue un
pleito; simplemente dejé de ir y dejé de contestar el teléfono. Así estuve unos
meses. Pero pues el deporte me gusta y ya estoy entrenando de nuevo, nomás que
en otro lugar y con otras personas. La neta no tienen la calidad que tenía mi
entrenador, pero tampoco es como que yo sea la gran promesa del boxeo. Hacen su
mejor esfuerzo y creo que está bien para ellos y para mí. Al momento de
publicar esta entrada llevo dos meses entrenando. Estoy muuuuy lejos del nivel
que llegue a tener, pero tendré la oportunidad de
recuperar lo más que pueda; si no, tampoco sufro por eso. Y si no pudiera yo
volver a pelear ni nada parecido, pues ya me di el gusto: ya sé lo que es estar en un cuadrilátero solo, de tú a tú, con alguien que a quien tienes que
golpear o te va a golpear él a ti ─y de la mitad de tu edad─ y, aunque llegué
tarde y contrario a lo que pensé en mi adolescencia, no resulté tan malo.
Y más de una vez una mujer me acomodó una chinga.
Queda de ustedes:
TORK: Bizcocho de Montecristo. Año 2022 EC—23 EE.